lunes, 28 de junio de 2010

EL INTRUSO

No sé cuándo llegó y se instaló en mi morada. Quizá estuvo allí desde que yo la ocupé y empecé a formar parte de ella. Es posible que estuviera largo tiempo agazapado sin osar manifestarse, o también que al principio fuera tan pequeño, que no tuviera bríos para actuar y hacerse presente. Pero no, parece que la posibilidad de que haya entrado recientemente cobra fuerza entre los conocedores del caso. Pero ya no importa cuándo ni cómo ni por qué. Ya sólo interesa el hecho desnudo de que está aquí y de que cada vez adquiere más protagonismo y ocupa más espacio, hasta el punto de que ya no sé dónde meterme. Pensé que debía cambiar de casa, de hecho compré un ático precioso rodeado de terrazas y con mucha luz. Lo decoré en tonos claros. Me refugié allí pero el intruso se las arregló para instalarse también conmigo. Cada vez lo tenía más cerca, ya no me dejaba ni a sol ni a sombra. Luego estaban las visitas. Acudían al enterarse de la invasión y me hacían olvidarme momentáneamente de él. Hablábamos y hablábamos y nos contábamos historias de nuestras vidas, intimamos como nunca en aquellos tiempos. Me enteré de los problemas de todos los que se interesaron por mi situación, se desahogaban conmigo para que viera que no era yo la única que estaba atravesando dificultades. Pero luego se iban y me dejaban sola con él. Me aterrorizaba su presencia. Cuando pedí ayuda a los entendidos, se pusieron rápidamente en acción. Había que preparar un ataque contundente y eficaz, plantarle cara con todas las armas disponibles para conseguir acabar con él y que me dejara vivir en paz. El ataque se efectuaría desde varios frentes, no se escatimarían medios. Pero eso sí, me advirtieron de que no las tenían todas consigo, se enfrentaban a un enemigo muy poderoso y sólo había un cincuenta, un sesenta... por ciento de probabilidades de derrotarlo. Fueron muy claros conmigo, no quisieron banalizar el problema. Tenía que armarme de valor y colaborar con ellos, mi actitud era fundamental para ganar la batalla. Me entrevisté con expertos en equilibrio psíquico, me aconsejaron ingerir ciertos preparados para ayudarme a mantener la calma. Mis familiares se pusieron también manos a la obra, ayudándome en los diversos aspectos de lo que hasta ese momento había sido mi vida. Mi prima Águeda se ocupó de mis asuntos en el despacho. El resto se turnaba para acompañarme en mis visitas al centro de coordinación. La tía Rosa hacía como nadie el papel de madre y me mimaba con sus guisos de siempre y sus dulces caseros. Me advirtieron de la conveniencia de trasladarme unos días a un lugar idóneo para tenerme en observación y acabar de estudiar bien el caso. Acudí con todo el valor que pude reunir y una pequeña bolsa de viaje, flanqueada, como siempre, por dos de mis familiares más cercanas. El lugar era sorprendente, parecía un parque en día festivo, con sus bancos, sus arbolitos y la gente en calmada charla tomándose la merienda sentados a las mesas y bancos, lo único que faltaba era el cielo y los pájaros, ya que se trataba de un edificio cerrado. Me condujeron a mi habitación, era luminosa y confortable con un baño individual y una televisión que me permitiría cierta distracción durante la espera. Después de tres días estaba completamente decidido el plan de ataque y volví momentáneamente a mi casa. Me sentía fuerte. Haría todo lo posible por vencer aquel maldito cáncer.

1 comentario:

  1. Impactante relato, en que refleja la experiencia por la cual muchas mujeres y sus familias tienen que pasar; se puede apreciar las perspectivas, temores y circunstancias únicas que se enfrentan las mujeres con cáncer y la repercusión en sus familias.
    Es fuerte y doloroso para todos, lo viví en carne propia, una dura lucha contra el cáncer cervicouterino, hasta que lo vencí; Dios me ha dado la oportunidad de vivir un periodo más y de enseñar a la personas la importancia de cuidarse y amar al prójimo como así mismo.
    Patrick H.

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