domingo, 27 de marzo de 2011

Manuel Solís, ¿TENGO CARA DE BOLUDO?

1. adj. Arg. y Ur. Dicho de una persona: Que tiene pocas luces o que obra como tal.

5. adj. Ur. Lerdo, parsimonioso, irresponsable. U. t. c. s.

Éstos son algunos de los significados que da la real academia a una de las palabras más argentinas que conozco: BOLUDO. Algunos argentinos utilizan esta palabra en 1 de cada 6 palabras aproximademente: ¿Que hacés boludo? Para saludar; Nooo boludo, cuando te devuelven mal; Pero que boludo sos; cuando quieres faltar; o Que bueno boludo, en plan hermandad…

El caso es que a mí me deben ver la cara de boludo en todas partes. Cuando voy a la panadería que hay cerca de mi trabajo, si pido sandwich de jamón y queso, siempre falta el queso, cuando me doy cuenta en el trabajo ya me da mucha pereza volver. Voy otro día pido milanesa de pollo y me ponen milanesa de ternera, y así sucesivamente, o si no me cobran cada día lo que les parece… Y la verdad soy un boludo porque no dejo de ir…

Otro día voy a un lugar llamado los uruguayos ( en Uruguay también usan la paabra boludo) que venden también comida para llevar y pido media ensalada de papas y media de pollo y cuando me dicen el precio: 24 pesos, eso es lo que cuesta un menú en un restaurante.

En fin, puede que todo esto parezca una boludez pero me pasa todos los días. Hace unas semanas fui con unos amigos a una pizzería, pedimos unas porciones y una de las que me trajeron estaba totalmente quemada, tenía la base más negra que la calva de Michael Jordan. El caso es que cuando le digo al camarero lo que sucede, el hp me responde que claro, cuando pides porciones sueltas, las recalientan y pasa eso…Yo me quedo mirándole con cara de boludo y le digo: pero vamos a ver no ves que la pizza está carbonizada…Al final acepta a regañadientes y me trae una nueva porción. Lo más surrealista del caso es que cuando nos trae la cuenta, nos la dice de memoria, no nos trae ninguna nota y la cuenta nos resulta un poco cara. Le pedimos la nota en ese momento y sorprendentemente saca la nota del bolsillo, la mira con cara de no sabéis lo que habéis hecho y dice: Ah! Falta añadir 8 pesos más del agua que han pedido… What the fuck!!! Parece que lo hubiera ensayado :( En ese momento paso de sentirme un boludo a un auténtico PELOTUDO.

En fin, cuando pasan unos días y parece que mi suerte cambia, voy a recoger la ropa del Gurú (nuestro nuevo compañero de piso)y la mía y la encargada me dice que tiene lista la del Gurú pero que la mía no la tiene hasta el día siguiente ( y la habíamos dejado juntos…)

El caso es que cuando te pasan estas cosas seguidamente te empiezas a plantear esto, si realmente creen detectar algo en tu cara y piensan que por eso pueden hacer lo que quieran y no te va importar, PORQUE SOS UN BOLUDO…y para más inri, el otro dia soñé que iba a un restaurante y veía como uno de los camareros le decía al otro: A éstos sácales la otra carta, ya sabes la de los precios más altos, para los turistas y boludos….

En fin, como curiosidad, os dejo una acepción que utilizan en Salvador, 3. adj. El Salv. adinerado.

Ironías de la vida, resulta que un boludo también es un adinerado, en mi caso lamentablemente parece que sólo funciona la primera acepción, pero bueno al menos me han subido el sueldo :D

lunes, 14 de marzo de 2011

RELATOS EN CADENA, Lara Hernandez Abellan

LA CARA B

¿Por qué me mira así?
Resulta extraño sentirme observado tras haber pasado por esta vida siendo un hombre invisible. Aún no me he acostumbrado a ser este otro.
Hubo un día, no hace tanto, que quise saber que se siente cuando todo el planeta sabe quién eres. Busqué la manera más fácil o quizás la más cobarde. Lo mismo tiene. Nunca pensé en que no me gustase. Ni me preparé para encontrarme con esto, con decenas de ojos que me odian fijos sobre un cristal que les muestra mi agonía.
Es curiosa la fama hasta para un asesino como yo. Hay que saber llevarla…


LO QUE NOS SEPARA

¿Por qué me mira así? Acaso no sabe que ya no soy aquella que temblaba al notarlo, que todo acabó hace demasiado y que ya nada volverá a ser nuestro de nuevo…
Juega conmigo porque me conoce mejor que nadie e intuye mis nervios por los movimientos torpes y ridículos que estoy haciendo sin querer. No debo haber cambiado nada en estos años grises sin él, tan sólo soy otra en las arrugas y en esta cordura fingida con la que quiero demostrarle mi indiferencia.
No sé por qué me mira, pero como entonces, sé que me moriría si dejase de hacerlo.

ENTRE CUERDOS
¿Por qué me mira así? A la primera oportunidad que tenga de hablar con mi médico le digo que es un error, que yo no debería estar aquí. No hay más que fijarse en esta chica con esa mirada de loca y verme a mí. Menuda encerrona por unos kilos de menos y por darles aquel sustillo con las pastillas. Estoy perfectamente, mejor que nunca diría, ellos son los que no entienden nada, nunca lo han intentado siquiera…
Entre tanto desde la cama de enfrente alguien se pregunta: ¿Por qué me mira así? Yo no debería estar en este sitio, es de locos…


EL MARCO DE MI SONRISA
¿Por qué me mira así? Hace años que cesaron los flases, no así las miradas que me desnudan desde la distancia impuesta. Todos esperan como él, descubrir el secreto de mi sonrisa, de mis ojos, de mi vida...
Después de tanto tiempo siendo un famoso enigma he llegado a olvidar la manera de resolverlo y hay días en que me pregunto si aún soy aquella Lisa Gherardini que decidió posar para su vecino.
Se aleja de mí sin saber nada nuevo. Creé que sí y comentará durante años su visita a la Gioconda. Si decide volver algún día, casi seguro que lo esperaré sonriendo.

sábado, 12 de marzo de 2011

SOLEDAD

-¿Por qué me mira así? Se preguntaba María cogiendo el retrato de su difunto marido en la mano y dándole la vuelta. Parece que todo el día me vigila. Fernando quedó de espaldas al salón. ¿Y qué si lo hice? Sabías que no te faltaba mucho y no quería que sufrieras más. Pequeñas dosis de cianuro, que no dejan huella, disueltas en tu medicación. Sí, ya sé que no te dije nada, ni tú tampoco me lo pediste. No hacían falta las palabras.
Una lágrima resbalaba por su rostro mientras giraba la fotografía de nuevo.

Magdalena Carrillo, RUPTURA

Con este amargor tan extraño que me sube desde las vísceras hasta la boca le digo que ya no puedo más. Noto cómo la bilis se remueve en mi interior y el miedo atenaza mi garganta. Siento náuseas. No puedo más y él se ríe a carcajadas mientras me va empujando hacia la cocina. El vómito asciende hasta mi boca con el tiempo justo de llegar al fregadero. Son ásperos momentos en los que se me aparece, como en una nebulosa, toda nuestra vida en común, que no quiero que siga siendo la mía. Ya no me reconozco y él es un desconocido para mí.

Magdalena Carrillo, El tiempo vuela

¿Por qué me mira así? ¿Por qué a mí? Sus ojos oscuros y penetrantes, enmarcados por cejas espesas e increíbles me están atrapando en su casa, en Coyoacán y me paralizan. Nadie lo percibe pero me he ido enredando en la telaraña de sus encantos. Bien sujetos los hilos por sus animales y bien atados con sus abalorios indígenas: collares, pendientes, chales y ropajes. Sinfonía colorista que me deja hechizado. Magia imposible de conjurar. Imágenes que cobran vida. Vida que yo quiero rescatar. Me da la mano y vuelo con ella al lejano país donde la muerte no existirá jamás.

Pensé en Frida kahlo.

viernes, 11 de marzo de 2011

UN BESO BAJO EL OMBÚ




Sucedió de pronto, sin esperármelo. Nos veíamos todos los días en el trabajo. Conversábamos a menudo a la hora del café. Me caía bien ese chico nuevo, Pablo se llamaba. Tenía los ojos de caramelo y una sonrisa de uvas maduras que decía “cómeme”. Yo era una chica tímida, reservada. El tiempo libre lo pasaba en casa devorando libros o dando paseos por la ciudad cuando el tiempo era bueno. Llevaba siempre un cuaderno encima para escribir todo lo que me venía a la cabeza, era mi forma de no estar sola frente al mundo.
Aquel día fui al Jardín Botánico, me senté en un banco y comencé a escribir su nombre: Pablo, Pablo, Pablo… Lo repetí tres veces sin saber por qué y me quedé mirando el viejo ombú que me daba sombra.
-Hola, ¡qué sorpresa! –dijo una voz familiar a mi espalda. Me volví sobresaltada y allí estaba él, sonriente, con ropa informal y un libro en la mano.
-Hola -me levanté algo nerviosa y avancé mi cara para besar sus mejillas.
Él hizo lo mismo pero hubo una descoordinación en los movimientos y nuestros labios se rozaron levemente. Nos quedamos callados y sorprendidos, nos miramos a los ojos tímidamente. Después no sé qué pasó. Nos abalanzamos con fuerza y nuestros labios se acariciaron suavemente primero; con furia después, hasta quedar exhaustos.
Han pasado los días, las semanas y los años, cincuenta desde aquel primer beso. Hoy el ombú sigue regalándonos su sombra y protegiendo nuestras heladas copas de cava de la mirada de los extraños…

Manuel Solis, Un millón de besos

Y por fin nos besamos. Llevaba una semana ensayando en el espejo. Crearía unos segundos de silencio, te miraría fijamente a los ojos y te daría el aviso. La “mueca triunfadora”, la “sonrisa victoriosa”, ese “lo tengo todo bajo control”, vos me devolverías una mirada de “lo estaba esperando” , o de “me adivinaste el pensamiento” y juntos comenzaríamos ese viaje en el interior de nuestras bocas, un viaje lleno de piruetas y bañado en saliva, un viaje en el que el tiempo se pararía y no encontraríamos ningún otro sentido a nuestra existencia: habríamos nacido para ese beso.

Pero lo cierto, es que mi decepción fue muy grande. No hizo falta ser ningún Casanova para darse cuenta a los pocos segundos de que no tenías ni idea de besar. No abrías casi la boca y mordías mis labios, convirtiendo este acto tan amoroso en una dolorosa penitencia. No obstante , en seguida noté una sensación positiva. Mientras te besaba conseguí recordar en un mismo instante todos los besos que había dado y recibido en mi vida, una especie de biografía amorosa instantánea al más puro estilo Borgiano, algo así como el Aleph de los besos.

Mientras intentaba educarte intentando convertir aquella pelea en algo satisfactorio, seguía viéndolas a ellas: la bailarina brasileña con la que pude entender el significado de un cruce de lenguas, aquella compañera de instituto con la que di mis primeros besos con sabor a whisky, el apasionado encuentro en los probadores de unos grandes almacenes en Washington D.C con una estudiante japonesa, hasta aquella modelo de Barcelona que me besó pensando que yo era otra persona , y muchas otras más experiencias.

En principio no pensé volver a verte más. Pero después sentí que necesitaba besarte todos los días. Mientras lo hacía, me sentía como si estuviera con todas a la vez y eso me fascinaba.

Estuvimos tres meses saliendo, tres meses viviendo aquella experiencia única. El sexo no me importaba porque aquella sensación era muy superior, no quería dejar de besarte, estaba obsesionado. Pero un día fui a buscarte y nunca más te encontré. Te llamé mil veces por teléfono y nunca respondiste a mis llamadas.

Dicen que cuando alguien desea demasiado a otra persona, termina siendo rechazado.
Lo cierto era que yo nunca te había deseado a vos, sino a lo que representabas, y ahora cuando beso a otras mujeres y mi imaginación me hace recordarte, me pregunto justo eso: si solo fuiste producto de mi imaginación.

Relato presentado en el concurso Beso de rechenna.

martes, 8 de marzo de 2011

ALBERTO MARRONE
OTRO DESPERTAR

Ya era la mañana, el sol aparecía en el horizonte apenas como una luz entre anaranjada y rojiza. Una neblina desdibujaba el paisaje luego de la tormenta de la noche anterior.
Alan apoyado en el borde de la ventana observaba como el mar cubría esa playa a cada instante, con cada reflujo de sus olas. Su ment ...e viajaba, sus pensamientos lo llevaban a otro tiempo, a la luz de otro verano. Y aunque ella no estaba, volvía a sentir sus caricias, sentía sus manos, y las cosas que compartían. Y envidiaba al mar que tenía a esa playa que se entregaba mansa para entrar en él y conocer su mundo. Y se arrepintió, una y mil veces se arrepintió, de dejarla sola mirando ese mar, estática, petrificada, cuando le dijo todo termina aquí…..

DESPERTAR


Lucila se despertó con el amanecer aquella mañana del mes de abril. Cuando abrió el ventanal de su apartamento y salió a la terraza que daba al mar, percibió un extraño fenómeno, al menos era algo completamente nuevo para ella: los primeros rojos del día parecían volver de un encuentro apasionado con los naranjos en flor de los huertos cercanos; un intenso olor a azahar la envolvió. Cuando el sol fue surgiendo del horizonte del agua, parecía una enorme naranja, una fruta prohibida que cegaba al que osaba poner sus ojos en ella. Se sintió alentada con esas intensas sensaciones. Sin embargo, una idea fija rondaba su cabeza desde que se había despertado, un buen rato antes de levantarse de la cama. Se fue al cuarto de baño, cogió una cuchilla de afeitar bien afilada y, sin dudarlo un instante, sesgó de dos certeros y firmes tajos sus venas eróticas. La muerte de sus fantasías sobrevino con rapidez y Lucila decidió no llevar luto por ellas. Horas más tarde entregó su cuerpo al sol y a la brisa sin reparos...

martes, 11 de enero de 2011

SUEÑO, LUEGO VIVO

Sueño, luego vivo,
tu sonrisa confiada
apoyada en mi hombro maternal.

Escucho tu parloteo incesante
hablándome de esto y de lo otro...
Sin pausa...

Por la noche
te leo un comic de Tintín
hasta que el sueño te transporta a otro lugar.


Llega el día de tu debut en el cine,
acudimos, solemnes, al estreno de ET,
tu vocecilla de niño
resuena en la sala en la primera escena:
-¡Mira, mamá, una casita en Canadá!
Risa general.

Después te comportas como un caballero,
muy atento a la pantalla
hasta que tu voz suena de nuevo:
-Mamá ¿cuándo sale Popeye?
Otra vez las risas de la gente,
se lo toman bien,
no nos echan del cine.

Una fiebre infantil
nos recluye en casa,
llevamos batas de cuadros y zapatillas,
la estufa de leña caldea la buhardilla,
jugamos a las cartas,
mientras una cacerola
recoge las gotas de lluvia
que se filtran por el tejado,
plas, plas, plas...

Otro día vamos muy serios
al Teatro Principal,
Tricicle nos entusiasma,
cuando salimos me dices:
-A mí me gustan las mujeres y la fanta.

Sueño, luego vivo,
que estamos juntos,
que seguimos hablando, hablando, hablando...
y que puedo estrecharte fuertemente
entre mis brazos.

LA VIEJA FOTOGRAFÍA

Rebuscando entre las viejas fotografías de su madre muerta, de pronto, la vio. Era pequeña y estaba algo rota y amarillenta. Le llamó la atención porque nunca la había visto hasta ese momento. Estaba escondida en un sobre en el último rincón de una caja de latón. Estuvo observándola largo rato, preguntándose quién sería aquel apuesto joven que aparecía, en la imagen, rodeando la cintura de su madre. Se guardó la foto en el bolsillo, cerró la caja y, ayudándose de una silla, la subió al último estante del armario.
Aquella noche María no podía conciliar el sueño. Cuando, al fin, quedó vencida por el cansancio, su cabeza se llenó de extraños personajes que le hablaban. Entre ellos, aparecía, una y otra vez, el rostro de su madre, su sonrisa, su ternura...
Cuando despertó, una idea fija burbujeaba en su cerebro: tenía que averiguar quién era aquel hombre. Era el único desconocido de la gran caja de fotografías que su madre le había mostrado tantas veces, mientras le contaba multitud de historias, al hilo de los recuerdos que su visión le evocaban.
Estuvo indagando, foto en mano, entre sus familiares. La tía Marta le dijo que nunca había visto aquella foto y cambió rápidamente de conversación. Y lo mismo sucedió con todos los parientes y amigos que quedaban vivos de aquellos tiempos. Nadie sabía nada.
Colocó la fotografía en el espejo de su tocador y la miraba frecuentemente. El rostro de aquel hombre la estaba obsesionando. Había en sus facciones algo extraño y, a la vez, algo que le resultaba vivamente familiar. Pensaba mucho en él, empezó a sentir un constante cosquilleo en su estómago y una presión en el pecho, como si le faltara el aire. Le costaba mucho dormirse y sus sueños se poblaban de seres y sucesos misteriosos e incongruentes.
Ella había crecido entre mujeres, en la casa de su abuela, con su madre y sus tres tías, todas solteras. No recordaba la presencia de ningún hombre en el hogar familiar. Su abuelo cerró los ojos fusilado contra un paredón allá por el 38, cuando ella aún no había nacido. Recordaba los ojos llorosos de su abuela cuando le mostraba sus fotos y le hablaba de lo bueno que había sido y de cuanto la quería. “Sólo tenía un defecto –solía decirle- le apasionaban los libros, se pasaba todo el tiempo que podía leyéndolos. Cuando empezó la guerra se pasaba horas hablando y discutiendo con los obreros en la casa del pueblo, eso le perdió...”

Cómo había venido ella al mundo, era un misterio por el que nunca se había preguntado. Su infancia había sido feliz, a pesar de la austeridad en la que vivían, siempre había estado rodeada de cariño y de compañía. Cuando empezó a ir al colegio, se dio cuenta de que casi todas las niñas tenían un padre, pero no le dio importancia, a ella no le faltaba nada.
Después de varios días de angustia, decidió ir a hablar con el cura del pueblo, quizá él pudiera decirle algo que la sacara de aquella zozobra. Había empezado a pensar que, a lo mejor, aquel hombre era su padre pero no podía entender el silencio de sus familiares.
Entró en la iglesia un sábado después de la misa de doce. Fue directa a la sacristía donde el padre Anselmo estaba terminando de poner orden en el lugar.
-Buenos días, padre, ¿podría hablar con usted un momento?
-Pues claro, hija, no faltaba más, cuánto de bueno por aquí, hace tiempo que no te veía.
-Verá padre, necesito hablar con alguien, hay algo que me tiene preocupada, quizá usted pueda ayudarme.
-Si está en mi mano, cuenta con ello, hija, pero ven, siéntate aquí –dijo mientras le señalaba un banco al fondo de la pequeña estancia-. Dime, ¿cuál es la causa de tus pesares?
Sacó de su bolsillo el sobre con la fotografía y se la mostró observando fijamente su rostro. El padre Anselmo palideció levemente y permaneció callado mirándola. A María le pareció ver en sus ojos una sombra de tristeza.
-Dígame, padre, ¿quién es?, ¿lo conoce? Dígame algo, por favor, creo que todo el mundo finge no saber nada.
-Verás, hija, es una historia pasada que es mejor que ignores. Serás más feliz sin ella.
-Pero no puedo hacerlo, padre, hace días que me corroe el alma, tiene que ayudarme.
El padre Anselmo se quedó dudando. Maldijo la ocurrencia de la madre que había conservado en aquel pedazo de papel el tenebroso recuerdo. Empezó a hablar despacio, en voz muy baja y entrecortada:
-Ella no lo sabía, tu madre se enamoró de él sin saberlo. Ya sabes..., estas cosas..., antes..., se llevaban a escondidas. Cuando se enteró ya era tarde... No se supo quién acabó con la vida de él. La gente murmuraba..., llegaron a interrogar a tu abuela, pero nunca se supo la verdad... Tu madre no sabía que los dedos de aquel hombre fueron los que apretaron el gatillo que había acabado, años atrás, con la vida de tu abuelo...