viernes, 28 de mayo de 2010

MI TÍA TERESA

Mi tía Teresa pagó caros sus errores. La recuerdo cuando yo aún era una niña y pasaba los veranos, que entonces me parecían muy largos, en la aldea de mis abuelos, los padres de mi madre. Ella era una joven hermosa de pelo negro, ojos pardos y piel clara. Las líneas de su cuerpo estaban bien trazadas, con el volumen justo en el pecho y las caderas y una delgada cintura. Su aspecto era saludable y natural a los veinte años, sin artificios ni coquetería, exceptuando los breves momentos que cada tarde dedicaba a su persona, cuando ya los trabajos cotidianos concluían. Entonces sacaba un neceser de madera con unas flores estampadas en la cubierta, salía a la puerta de la casa y se sentaba en una silla de cara a los trigales cercanos surcados de amapolas. Yo observaba boquiabierta, sentada a su lado, el brillo de su pelo ligeramente ondulado y de sus ojos que se tornaban verdes con el sol de la tarde. Abría el neceser y aparecían pequeños compartimentos donde guardaba tesoros, a mis ojos, de horquillas para el pelo, peinetas, peines, carmines, una polvera, cremas… y otros afeites. Arreglaba su rostro y su pelo y luego, con una asombrosa puesta de sol de fondo, íbamos a regar los hermosos geranios rojos, blancos, rosas, que ella cultivaba y cuidaba con esmero. ¡Ay, el olor de los geranios! Siempre irá para mí asociado a aquella joven dulce y espléndida que fue mi tía Teresa.
Había nacido, allá por el 1927, en aquella aldea de la inmensa llanura manchega, de casas blancas teñidas de cal. Su único mundo era ese mínimo reducto y un pequeño pueblo situado a tres kilómetros de su aldea a donde el abuelo nos llevaba, de vez en cuando, con su cabriolé tirado por dos caballos tordos, excursión que constituía para mí una auténtica fiesta.
Teresa era la menor de diez hermanos. Eran tiempos de pocos remilgos y de mucho trabajo en las tierras que rodeaban la aldea. Había campos de trigo, de avena y de cebada, extensos viñedos, la era donde se trillaban las mieses y la pequeña huerta en la que cultivaban todo lo necesario para la subsistencia de los aldeanos: habas, guisantes, tomates, pimientos, patata…; además había almendros, nogales, manzanos y una higuera.
La casa de mis abuelos era grande y tenía corrales donde habitaban gallinas, pollos y pavos reales. Había jaulas colgadas con perdices que mi abuelo personalmente criaba. Y las cuadras con las mulas, los burros y los caballos.
Uno de aquellos veranos en que yo tenía vacaciones en el colegio, y mis padres me llevaban a la aldea, algo en la tía Teresa había cambiado. Estaba pálida y ojerosa y el llanto acudía a sus ojos con demasiada frecuencia.
Yo no sabía qué pasaba. Sé que mis abuelos estaban muy enfadados, que a veces había lloros y gritos y que un día fuimos todos juntos a la iglesia del pueblo y mi tía se casó con un primo hermano de ella. Teresa iba vestida de negro y su cintura se había ensanchado. Durante la ceremonia no paraba de llorar. Acudió toda la familia pero no hubo convite ni tarta nupcial.
Y creo que ese fue su triste destino: una vida de llanto, sufrimiento y locura que yo no quiero recordar. Para mí, mi tía teresa siempre será el verano, la belleza de la tarde y el olor de los geranios.

viernes, 21 de mayo de 2010

Pasaje a los grandes transparentes I: J. D. Salinger


http://www.elpais.com/articulo/cultura/Muere/J/D/Salinger/autor/guardian/centeno/elpepucul/20100128elpepucul_5/Tes

El infinito verde por Pilar Adón

Corrían las dos tomadas de la mano. Iban a ver el cadáver del loco con los dientes rotos que el padre de su amiga había encontrado la tarde anterior, y corrían entre los charcos, las zarzas, las ramas caídas, la hierba, las flores y las enormes piedras. Tenían prisa porque era tarde, la noche se les iba a echar encima. Así que su amiga iba delante, abriendo el camino, y Sofía se dejaba guiar. Era su amiga quien sabía dónde estaba el cadáver. Su padre se lo había descrito a ella y, por tanto, debía ser ella quien corriera rompiendo las ramas con los pies, haciendo un surco con el cuerpo, dejando un rastro tras de sí al pasar… Sofía iba detrás y a veces se reía.
Las dos respiraban una humedad constante, y cada vez que abrían la boca una nube de vaho aleteaba a su alrededor hasta desaparecer disuelta en el aire. El frío se enroscaba en sus gargantas, apretando con fuerza, y su amiga decía «ya llegamos» cada diez pasos. Sofía se reía diciendo que no llegaban nunca, y entonces la otra chica tiraba más de su mano y repetía: «Ya llegamos». El verde las rodeaba, el verde limitaba sus movimientos, el verde no permitía ver qué había más allá, el verde ahogaba y no llegaban a su destino nunca. Sofía preguntó que por qué no se daban la vuelta.
—¡Porque no! Porque ya estamos cerca y sería ridículo abandonar ahora. Veremos al
muerto, y luego se lo contaremos a las demás.
—Se hace de noche.
—¿Es que quieres que todo el mundo se ría de nosotras? —preguntó casi gritando su
amiga, mientras soltaba su mano con violencia.
—No…
—¡Pues entonces vamos!
Y siguieron caminando con más decisión aunque también con menos fuerzas. El frío era
cada vez más intenso, como eran más intensos los ecos producidos por los animales.
Llevaban los pies empapados porque el verde no dejaba ver el suelo, el verde ocultaba
los charcos, y las dos caían en ellos pensando inocentemente que todo lo que había bajo sus zapatos era tierra. Pero lo cierto era que aquel verde dominaba el recorrido.
—Tiene que ser por aquí —dijo su amiga en voz baja.
Y Sofía no se atrevió a repetir que deberían volver a casa. De todas formas, ya era casi de noche y el camino aparecería igualmente oscuro.
—No puede quedar lejos…
Eran dos excursionistas en busca de la representación fascinante que suponía un desenlace trágico. No puede quedar lejos… Las palabras de su amiga se fueron perdiendo en la distancia verde y, de pronto, Sofía advirtió que había dejado de oír su voz y que todo lo que podía percibir era el sonido de unas pisadas que se alejaban corriendo.
La llamó, gritó, pero no obtuvo respuesta. Tan sólo el rumor de los pasos de su amiga
que, cada vez más remoto, se unía a los demás ruidos de la noche, y que pronto se
disiparía también, dejándola sola allí, en el centro del verde, rodeada de una aspereza húmeda y asfixiante, limitada por un verde que impedía pensar con claridad.
Repitió su nombre, esta vez en voz baja, y le pareció que la maleza se estremecía ante aquel sonido extraño, así que no volvió a hablar. Intentó avanzar en la dirección que llevaban las dos, pero decidió de inmediato que lo mejor sería darse la vuelta y emprender el camino de regreso. Sin embargo, no supo por dónde debía ir. El espacio abierto unos momentos antes había desaparecido. El bosque se había regenerado: había reconstruido en un segundo los desperfectos que ambas habían ocasionado. Tan sólo el verde que ella pisaba continuaba modificado, aunque se trataba de un espacio muy reducido. Cada vez más reducido… Todo palpitaba a su lado en una transformación inagotable, y únicamente ella creía mantenerse quieta e idéntica.
Lo demás no cesaba. Todo evolucionaba en un fluir de vida y de destrucción, mientras
Sofía permanecía cercada por el verde, en el interior de un reino que truncaba cualquier percepción de lo que sucedía en el exterior. Sólo podía reconocer el sonido del viento entre las ramas de los árboles y el chapoteo de algún anfibio que nadaba, en círculos, junto a sus pies.
Debía pensar con tranquilidad. Debía considerar qué hacer, hacia dónde moverse, cómo
encontrar a su amiga. Pero le iba a resultar muy difícil, ya que algo extraño estaba
sucediendo. El espacio había comenzado a establecer sus verdes vallas en torno a ella, y, además, no era un animal deslizándose bajo el agua lo que producía aquel chapoteo que escuchaba continuamente, lo que le causaba aquel curioso cosquilleo en los pies…
No supo cómo había comenzado el proceso pero, más tarde, cuando ya resultaba imposible intentar siquiera hacer algo, cuando se miró las piernas y luego fue bajando los ojos hasta llegar a los pies, comprendió que ya no tenía pies y que unas curiosas prolongaciones con pelillos flotantes habían surgido directamente de sus talones. Le habían crecido raíces.
Que absorberían las materias necesarias para su crecimiento y desarrollo, y que le servirían de sostén.
Al darse cuenta de lo ocurrido, se sorprendió imaginando lo que podría suceder si una tarde, cuando estuviera casi anocheciendo y la luz empezase a confundirse con las sombras, dos chicas tomadas de la mano se aventuraran a pasar por allí, corriendo, en busca de los restos de aquella otra chica que se había perdido al querer encontrar el cadáver de un loco con los dientes rotos del que había oído hablar. Sintió pánico al imaginar los pies veloces de aquellas dos amigas, pisoteando, arrasando, destrozándolo todo. Le aterraba que pudieran pasar sobre ella y que ella, a causa de su origen diferente, a causa de su extracción no vegetal, careciera de la capacidad intrínseca de recuperación que advertía a su alrededor. Intuía un líquido extraño, de color indefinido, saliendo de su quebrada forma. Un color que no sería del todo rojo y que, tal vez, pudiera comenzar a ser verde. Verde como aquel universo salvaje y hambriento del que ya, sin remedio, formaba parte.

(del volumen El mes más cruel, de Pilar Adón, Impedimenta)

lunes, 17 de mayo de 2010

Ana María Shua

Ana María Shua nació en Buenos Aires en 1951. Su primer libro, El sol y yo, fue publicado cuando tenía dieciseis años. Por ese libro de poemas recibió dos premios. Desde entonces ha publicado diecisiete libros. Ha trabajado en publicidad, periodismo y como guionista de peliculas. Estudió en la Universidad de Buenos Aires, donde recibió su Maestría en Artes y Literatura. En 1976, con el advenimiento de la dictadura militar, su su familia se vio dividida por el exilio: su hermana y dos primos se vieron forzados a dejar el país, y Ana María decidió radicarse por algún tiempo en Francia con su esposo. En París trabajó para una revista española publicada por Cambio16. De vuelta en la Argentina, su primera novela, Soy Paciente, recibió el Primer premio del concurso internacional de narrativa de Editorial Losada. Un año más tarde publica Los días de pesca (historias cortas) y en 1984 la novela Los Amores de Laurita. Sus dos primeras novelas fueron llevadas al cine, en lo que marcó el comienzo de su trabajo como guionista de cine. Las mismas novelas fueron además traducidas al italiano y al alemán La sueñera (1984) es un libro difícil de clasificar: "historias brevísimas", sea quizás la mejor definición. Este libro, que fue el menos vendido de sus libros, fue uno de los más elogiados por la crítica. En 1988 escribió una nueva colección de historias cortas (Viajando se conoce gente), y comenzó su carrera en la literatura infantil con los libros La batalla entre los elefantes y los cocodrilos y Expedición al Amazonas, a los que segurían otros como La fábrica del Terror (1990) y La puerta para salir del mundo (1992). Sus libros infantiles han sido reconocidos y premiados en Argentina, Estados Unidos, Venezuela y Alemania. En 1992 publicó un nuevo libro de historias brevísimas: Casa de Geishas. Entre 1993 y 1995 publicó varios libros relacionados a la cultura y a las tradiciones judías: Risas y emociones de la cocina judía, Cuentos judíos con fantasmas y demonios y El pueblo de los tontos. En 1993 recibió la beca Guggenheim para trabajar en su novela El libro de los recuerdos. Ana María Shua es casada y tiene tres hijas. 

http://www.literatura.org/Shua/CG_LaQueNoEsta.html

Matar a Platón por Chantal Maillard

"Un grito fragmentario"

Matar a Platón se compone de dos poemas. El primero y que le da título a la obra versa alrededor del instante en que un hombre es aplastado. Es "una construcción, la puesta en escena de la muerte de un hombre aplastado", confesaba Maillard a EL PAÍS poco después de la publicación del libro.

El segundo, titulado Escribir es, en parte, una reflexión sobre el ejercicio de la propia escritura, "un grito fragmentario escrito en un tiempo muy difícil", en palabras de la escritora. "Escribo / para que el agua envenenada / pueda beberse", confiesa Maillard en esta segunda parte del poemario.

http://www.elpais.com/articulo/narrativa/creo/literatura/elpepuculbab/20040508elpbabnar_14/Tes?print=1

http://www.elpais.com/articulo/portada/Palabras/respiran/elpepuculbab/20100410elpbabpor_5/Tes?print=1

DINERO SUCIO

El día que conocí a José Luis Peñalver no podía ni imaginar el marrón que, años después, amargaría durante algún tiempo su existencia gris. Era propietario de una tienda de sombreros cercana a la mía, en la calle Mayor, y solía cruzarme con él con cierta frecuencia al inicio o al final de la jornada. A veces coincidíamos también en el bar de la esquina a la hora del almuerzo, donde yo devoraba con deleite un bocadillo de pan tierno y crujiente con jamón a la catalana, mientras él se tomaba un café a pequeños sorbos comentando la mala marcha de los negocios por ésta o por aquélla causa: crisis varias, competencia de los grandes almacenes, los cambios en las modas…
-Esto ya no es lo que era –solía afirmar- , antes se podía vivir de un pequeño comercio, pero ya no tenemos nada que hacer, es una auténtica ruina.
-Hombre, no será para tanto –le contestaba yo-, todavía tenemos fieles clientes que prefieren la confianza que depositan en nosotros antes que la impersonalidad de las grandes superficies.
El caso es que el hombre siempre estaba amargado y los domingos se le veía pasear serio y cabizbajo del brazo de su oronda señora, que saludaba al pasar con una tímida sonrisa.
Se pasó años con el mismo traje gris los días laborales de invierno que cambiaba los domingos por otro del mismo color pero un poco más nuevo y en verano lucía una camisa blanca y un pantalón ligero azul marino.
Rosa Benítez, su señora, tampoco hacía grandes dispendios en vestuario y solía llevar los mismos modelos temporada tras temporada sometidos a concienzudos arreglos para adaptarlos a la moda del momento.
Vivían en una modesta casa situada en el entresuelo de la tienda, en un edificio de seis plantas. No sé cómo era su mobiliario, ni los manjares que adornaban su mesa, pero sí veía muchas veces volver de la compra a Rosa Benítez con una pequeña cesta y su apagada sonrisa de siempre, era como si tuviera la necesidad constante de pedir perdón por algo que ignorábamos.
Con la última crisis económica que nos puso a todos un poco más serios, José Luis Peñalver dejó de frecuentar el café y ya casi no se le podía ver fuera de su tienda, llegando incluso a suprimir los paseos dominicales.
Pero la sorpresa llegó un lunes por la mañana, los comentarios se extendieron rápidamente por todo el barrio. Al parecer había habido una avería en los desagües de la finca donde vivían los Peñalver y la tienda había amanecido cubierta de mierda. Montañas de mierda por todas partes. Todo el género echado a perder. Cajas de borsalinos, de fedoras, bombines, sombreros de copa, boinas, gorras, sombreros de paño, pamelas, jipijapas o sombreros Panamá, Canotiers…, todos cubiertos de mierda.
Pero lo más curioso era que José Luis Peñalver escondía, según se dijo, medio millón de euros en la trastienda, atesorados año tras año a base de continuas privaciones, que quedaron cubiertos de la desagradable sustancia marrón y decían que andaba enloquecido, profiriendo gritos y maldiciones mientras Rosa recogía el dinero y lo llevaba a la lavadora donde lo sometió a un programa de lavado económico del que salieron limpios y relucientes y dicen que luego puso los billetes a secar por toda la casa. Al poco tiempo de estos hechos traspasaron la tienda y no volvimos a saber nada más de ellos.

ALICIA VII

El Gato Chesire 
por Andrés Barba

La presentación del gato Chesire, probablemente el personaje que más miedo da y que mayores carcajadas arranca de toda la obra de Carroll (que las dos cosas coincidan en un solo personaje es el termómetro de su genialidad), no sólo es una de las mejores pruebas de que Alicia es un libro disparatado precisamente porque es aplastantemente lógico sino que es además uno de los mejores consejos que se le puede dar a alguien que comienza a vivir y se pregunta qué camino debe seguir:
-"¿Podría decirme, por favor, qué camino debo tomar?
-Eso depende de a dónde quieras ir -respondió el Gato.
-Lo cierto es que no me importa demasiado a dónde... -dijo Alicia.
-Entonces tampoco importa demasiado en qué dirección vayas -contestó el Gato.
-... siempre que llegue a alguna parte -añadió Alicia tratando de explicarse.
-Oh, te aseguro que llegarás a alguna parte -dijo el Gato- si caminas lo suficiente".
La socarronería nihilista del gato Chesire está sólo a un paso milimétrico de Groucho Marx, es lógico sólo porque los demás no lo son, ríe y se carcajea cuando los demás se enfurecen, se burla, pero sólo con saña cuando se trata de los personajes más malvados (la Duquesa, la Reina), es el gran bufón de Alicia en el País de las Maravillas y el gran bufón (los sabios lo saben) ha de ser tomado muy seriamente.
Tal vez uno de los episodios más memorables de Alicia sea el de la Reina intentando decapitar al Gato cuando se aparece en el cielo en forma de cabeza gigante.
¿Cómo decapitar a alguien que es sólo una cabeza? La imposibilidad de cortar la cabeza al gato Chesire es uno de los símbolos más logrados de Alicia, y más contemporáneo también. La risa es la manifestación suprema de la superioridad, pero no de un hombre sobre otro (como cree la Reina) sino del hombre sobre su propia naturaleza.

Andrés Barba

ALICIA VI

Penalidades del rey de corazones
por Fernando Aramburu

Yo, señor, nací en el interior de un libro inglés el año 1865, pero ese no es mi problema. Considero improbable que mi actual melancolía provenga del hecho de haber sido obligado a intervenir en una historia absurda, soñada por una niña burguesita y bastante repipi, la verdad sea dicha. Contra ella, créame, no abrigo aversión ninguna puesto que apenas llegué a conocerla. La vi tan sólo una vez. Ni siquiera juzgo preferible que mi destino se hubiera consumado dentro de posibilidades literarias afines a no sé qué mundo real que dicen que hay por ahí, en el cual, por cierto, nunca he estado, de donde me vienen con frecuencia dudas acerca de su existencia. Sepa usted que nací naipe y rey de la dinastía de los corazones. Tengo, por consiguiente, salud de papel. Quizá le interese saber que soy remiso a que me doblen, pero ese tampoco es mi problema. Algo menos llevadera es mi naturaleza indecisa, no del todo valiente, aunque conciliadora. La achaco en parte a mi esposa, naipe también de nacimiento. Es (y no porque lo diga yo) autoritaria y colérica, atributos de tradición varonil no infrecuentes en las mujeres, y por supuesto parlanchina, que es por donde barrunto que les viene la velocidad de su poder a muchas de ellas. Esto, sépalo usted, señor doctor, me abruma tanto como ser ridículo. Adondequiera que vaya he de ejercer contra mi voluntad de marido de la que manda cortar cabezas. Y hasta pienso que a muchos les extraña que yo aún conserve la mía. Me pintan bajo, aunque el sueño de la repipi no especifica mi estatura. Se me conoce como aquel que ciñó la corona real encima de una peluca. ¡Qué bochorno! Ahora mismo a quien en realidad admiro es al rey extranjero ese, el de bastos, con su estaca gruesa y verde, símbolo de la hombría. ¿Estaría usted dispuesto, aunque sólo fuera por compasión, a tratarme a escondidas de mi señora?

Fernando Aramburu

ALICIA V

La reina de corazones  
por Kirmen Uribe

Cómo me gustaba la escena del juego de croquet en Alicia en el País de las Maravillas. Me gustaba que se utilizaran flamencos en vez de mazas, y erizos en vez de bolas. Pero, sobre todo, me reía cuando la reina gritaba "¡que le corten la cabeza!" cuando aparecía por ahí la cabeza del gato de Cheshire, sin el cuerpo, y el verdugo no sabía a qué atenerse. Es así como funciona el poder muchas veces, de una manera mecánica y absurda.
A mí, la reina de corazones me recordaba a mi abuela. Y es que tenía muy mal genio, casi tanto como la reina. El croquet, por su parte, me hacía pensar en otro juego, en el fútbol. Mis abuelos siempre se enfadaban cuando jugaba el Athletic de Bilbao. Los dos eran muy aficionados. Sin embargo, cuando el partido era televisado, mi abuela se ponía muy nerviosa, por lo que apagaba el televisor y empezaba a hacer punto en su sofá. Mi abuelo hacía de tripas corazón y, como no podía ver el partido, se iba a la cocina y ponía la radio a muy poco volumen para escucharlo. Muy bajito, para no molestar a la abuela. Cuando había novedades, el abuelo iba a la sala donde estaba su mujer haciendo punto y se las contaba. Si el abuelo cruzaba el largo pasillo con el paso lento, la abuela sabía que el gol lo había metido el equipo contrario. "Ya puedes volver a la cocina", le gritaba desde la sala, "ya sé lo que ha pasado". Y el abuelo retornaba a la cocina. Pero si el paso del abuelo era cerrado, rápido, la abuela adivinaba que era el Athletic el que había anotado. Ella sonreía, incluso le dejaba al abuelo darle un beso en la mejilla, mientras seguía haciendo punto.
Y el abuelo volvía a la cocina muy contento. Más contento que con el gol.

Kirmen Uribe

ALICIA IV

El sombrerero  
por Ángeles Mastretta

La primera vez que lo escuché, porque al sombrerero loco uno lo escucha, más que verlo, sentí miedo. Entonces yo no sabía que el tiempo puede asesinarse y menos aún que hacerlo fuera correr el riesgo de perder la cabeza. Todo ese prodigioso elogio al sinsentido que es la fiesta del té con el sombrero, la liebre de marzo y el lirón, no lo imaginé entonces como un paraíso. A los nueve años las promesas estaban del lado de la razón. Ninguna majestad había querido condenarme a muerte por cantar. No conocía ese riesgo. En cambio, acercarse a la sinrazón parecía un retroceso y yo quería crecer. Apenas estaba empezando a oír que hay tal cosa como un orden que se llama razón y creía, como todos los niños que buscan un lugar en el prestigioso mundo de los adultos -como la propia Alicia-, que me importaba ser cuerda. Ahora lo que temo es ese orden. Temo las fechas, los cumpleaños y el tiempo acortándose tanto que la hora del té dura apenas minutos. Tomar el té mientras se cae de la nada a la nada sin que eso nos angustie es un privilegio del sombrero loco y de todo aquel que quiera meterse bajo la copa de su encanto. Eternizar el tiempo. Detenerlo entre las cinco y las seis de la tarde. Eso quiero. Esa serenidad de la insensatez con la que habla el sombrerero, al que Lewis Carroll nunca llamó loco, es ahora lo que más ambiciono. No temer que los otros desconfíen de mi locura, ni siquiera considerarla tal, es lo que ahora me rinde al escuchar al sombrerero. 

Ángeles Mastretta

Carmen Laforet

Todo sobre la chica de 'Nada'

Una biografía desvela los trágicos fantasmas de Carmen Laforet

http://www.elpais.com/articulo/cultura/Todo/chica/Nada/elpepucul/20100515elpepicul_3/Tes

miércoles, 5 de mayo de 2010

CONVOCATORIAS II

10 de junio de 2010
http://www.acceda.com/host/cuadernosdelvigia/noticias.asp

Un blog de escritura creativa: Clara Obligado

Escritura Creativa 
Nació en Argentina y desde 1976 reside en Madrid. Es licenciada en Literatura e imparte Talleres de Escritura Creativa, actividad que ha desarrollado para la UNED, el Círculo de Bellas Artes, la librería Mujeres de Madrid entre otras instituciones.
En 1996 recibió el premio Femenino Lumen por su Novela "La Hija de Marx". Es autora también de las siguientes novelas: "No le digas que lo quieres", Ed. Planeta, "Salsa" (publicada en soporte sonoro en USA), Ed. Plaza y Janés, "Si un hombre vivo te hace llorar", Ed. Planeta (traducida al griego) y la novela juvenil "No le digas que lo quieres" (Anaya) Editó la antología de microficciones "Por favor, sea breve" (Ed. Páginas de Espuma) y, recientemente, su colección de relatos "Las otras vidas", (Ed. Páginas de Espuma). Como ensayista ha reflexionado sobre temas relacionados con la mujer y la cultura en libros como "Qué me pongo" (Ed. Plaza y Janés) y "Mujeres a contracorriente" (Ed. Plaza y Janés). Es también colaboradora de varios medios periodísticos y su obra "Mujeres a contracorriente" se está traduciendo al francés.

sábado, 1 de mayo de 2010

El pan nuestro de cada día

Lola se tira en el sofá, agarra el mando y selecciona “Cine de Mujeres” en el videoclub. Tiene a mano un café y la prensa. Se arrebuja dispuesta a ver “La lección de tango” de Sally Potter. Sally, la protagonista de la película, no por casualidad se llama como la directora: es su alter ego. Una mujer de cincuenta años escribe el guión de la película que dirige y protagoniza. Lola siente el tirón de esas primeras imágenes en blanco y negro donde se la ve enzarzada en la escritura de un guión que le ha sido impuesto y con el que no se siente cómoda. Sally se debate entre la presión de la industria y la de su propio proceso creativo. Lola, que es guionista también y sufre las coacciones del oficio, reconoce su espíritu inquieto, su coraje al enfrentarse a Hollywood. Potter entiende el mundo desde la ambigüedad. Una ambigüedad consciente de que lo contrario de la igualdad no es la diferencia sino la desigualdad; de la imposibilidad de ver el género como una identidad que trasciende la clase social, la etnia, la situación transnacional. Porque Sally es diferente, pero ha superado la desigualdad. Pocas mujeres alcanzan ese logro. Aunque su película no fuera un éxito de taquilla y algunas teóricas del feminismo la criticaran, en un mundo de imágenes y mensajes mediáticos en que los roles son cada vez más confusos, la autora-protagonista de la película lanza un claro mensaje: las mujeres podemos proyectar imágenes de nosotras mismas fuera del lenguaje masoquista, pasivo y uniforme que nos imponen los medios. ¡Ni putas ni sumisas! –piensa Lola.

Mientras, Magda trabaja en la redacción de la revista digital “Ciudad de las Mujeres”. Anda buscando en su servidor de Internet imágenes del último desastre ecológico: una plataforma petrolífera ha estallado en el Golfo de México provocando un vertido de consecuencias impredecibles. Mira en la página de la Agencia Songtan, una red global de mujeres fotógrafas. No tarda en encontrar lo que buscaba. Se pone en contacto con media docena de ellas y espera. Esa misma tarde recibe las primeras imágenes vía mail. No son fotografías impactantes. Retratan lo más esencial, lo más cercano y a la vez dan cuenta de la magnitud del desastre. Se acuerda de su amiga Paca Salgado muerta en Colombia; de sus retratos de mujeres de narcos que protagonizaron un intento desesperado de frenar la violencia de sus compañeros y defender la vida de sus hijos. Violencia que acabó con la vida de Paca que cubría la noticia. En septiembre del 2006 cerca de 100 esposas de pandilleros y sicarios de la ciudad de Pereira, azuzadas por el Alcalde, emprendieron una “huelga de piernas cruzadas”, como presión sexual hacia sus parejas para que abandonaran la delincuencia. La noticia se extendió cual reguero de pólvora por todos los medios. Los comentarios que suscitaron aquellas mujeres fueron terriblemente machistas. Paca percibió la trampa y decidió acercarse a sus vidas, conocer los motivos de su dudosa posición, junto al Alcalde, de primera mano. Sospechaba de él, ¿ingenuidad o cinismo? Hoy, cuatro años después, su recuerdo está especialmente presente ya que Pereira es de nuevo noticia:

“Pereira (Colombia). 420.000 habitantes. Muchas niñas, adolescentes y mujeres viven de la prostitución. Ellas y sus familias. Esta historia cuenta cómo el precio de la carne, y de la vida, se convierte en un motor económico de la ciudad. Sólo unos ‘ángeles’ con rostro de ONG las pueden sacar del infierno”. 


El reportaje muestra algunas imágenes tomadas por Paca hace cuatro años. Magda busca en el móvil el número de Lola y lo marca.
-¿Sí?
-¿Qué haces, Lola?
-Me pregunto si, a estas alturas, sería capaz de tomar una decisión que me comprometiera profundamente conmigo misma a sabiendas de que podría perderme por el camino, Magda.
-¿Y eso, Lola?
-Una película… que me ha hecho pensar, Magda.
-Yo pensaba en Paca. ¡Ya ves!
-Sí, yo también, en cierto modo… He visto la noticia en la tele a mediodía. Por eso, para sacarme la rabia del cuerpo he buscado una peli en el videoclub. Ya te cuento.
-Acabo en un par de horas, Lola. ¿Cenamos juntas?
-Bien. Te espero en “LA OLLETA”, Magda. Hoy andará Heide vendiendo libros y alguna caerá de “Mujeres de Negro”. Acaban de volver de un encuentro y traerán noticias frescas.
-¿Has leído la prensa?
-Aún no, Magda. No sé por qué la compro. Siempre lo mismo –dijo lanzando con rabia el periódico contra el televisor donde, zapeando, habían aparecido un montón de tíos en pantalón corto peleándose por un balón-. Somos invisibles. Apenas una anécdota en medio de la bazofia. Y, además, mal tratada. Como en la tele. No hay informativo, en que no casque mujer, ni anuncio en que no sea ya un tío como los demás, ni programa de entretenimiento en que no enseñe las tetas de plástico… No es que el papel de los tíos sea más digno, no. Como pregona la teoría de la plasticidad neuronal, ¡a cada cual su cerebro!
-Bueno, algo han cambiado las cosas. ¡Quién nos iba a decir a ti y a mí, Lola, que íbamos a ver en todos los medios a una ministra embarazada poniendo firme al ejército todo!
-Jajaaaajaajaaaaaa! Magda. Noticias así no se encuentran a menudo, no. ¡Anda que no disfruté aquél día! Pero, qué quieres, son la excepción que confirma la regla.
-Será la tuya, Lola, porque lo que es yo de eso ya no tengo noticias.
-Estamos de buen humor, ¡eh, guapa!
-Es que si perdemos el humor, Lola… No somos tan invisibles como dices y tú lo sabes. El movimiento es lento, pero constante y en profundidad. Además, tengo una cita esta noche.
-Esta noche me apetece bailar, mira tú, Magda. ¡Un tango! ¿No dicen que la vida es un tango y la muerte un pasodoble? Pues, ¡hoy, tango!
-Yo, te sigo. ¡Hoy tango!

nigella

SE HACE CAMINO AL ANDAR

Adela escuchaba absorta la ponencia de aquella profesora madura, Teresa Cifuentes, doctora en Ciencias de la Información, que versaba sobre la mujer en el mundo de la publicidad.
-Son muchos los artículos, comunicaciones y conferencias que, de una u otra forma, abordan el ya “clásico tema de la publicidad sexista”. La cuestión del género y su proyección en los contenidos mediáticos, y concretamente en los discursos publicitarios ha sido ampliamente tratada –comenzó de esta forma su exposición.
Ella la miraba sin pestañear fijándose, al mismo tiempo que la escuchaba, en su aspecto severo, su impecable traje de chaqueta, y su media melena canosa y perfectamente peinada. Su voz firme y bien modulada seguía sonando en el auditorio:
-En este sentido, lejos de reiterar en esta exposición la continuada representación discriminatoria de la mujer en la publicidad, mi objetivo es plantear una reflexión de fondo sobre la situación contradictoria de la mujer actual y su dificultad de proyección en los medios de comunicación –seguía diciendo la profesora.
Adela se dio cuenta de que esta vez no iba a escuchar el mismo rollo de siempre y empezó a tomar notas en su bloc esperando encontrar alguna clave que le permitiera entender mejor el mundo y a sí misma.
Ella era modelo publicitaria desde los 18 años, ahora contaba 40 y seguía teniendo una imagen envidiable que cultivaba con esmero a base de dietas, ejercicio, buen humor y una vida privada bastante equilibrada a pesar de los contratiempos que de vez en cuando surgen en todas las vidas y de los que es imposible escapar.
La verdad es que encontraba tiempo para todo, hacía dos años que había iniciado la carrera de Publicidad en la UNED pensando en un futuro profesional diferente cuando la tersura de su piel y su escultural figura fueran cediendo con el paso de los años y porque tenía otras inquietudes que deseaba desarrollar.
-A lo largo del siglo XX la mujer se incorpora a una ciudadanía típicamente masculina y a un espacio público que le había sido tradicionalmente vedado –continuaba la profesora Cifuentes.
Mujer, tanto como masculina no diría yo –se decía a sí misma Adela- una cosa es querer igualdad de oportunidades y derechos y otra muy distinta es tener una “ciudadanía típicamente masculina”. También muchos hombres adoptan hábitos típicamente femeninos: cuidan su línea, se depilan…
-Hoy las mujeres se benefician de variadas posibilidades de trabajo, ocio y viajes, al mismo tiempo que los nuevos padres y maridos hacen propias las tareas domésticas: cocinar, limpiar y cuidar a los niños. La publicidad, como reflejo de la sociedad, muestra a los hombres “intentando” realizar las labores del hogar con cierto éxito…
Sí, era verdad –pensaba Adela- pero en los anuncios de este tipo en los que ella había participado estos hombres aparecían como héroes y la mujer seguía cumpliendo su función esencial en el seno del hogar. Aunque en alguno que ella recordaba toda la familia se ve obligada a tomar un digestivo después de la exquisita comida de papá. En realidad no era muy diferente de lo que pasaba en su propia casa. Ella amaba a su marido y le estaba muy agradecida porque, a pesar de tener mucho trabajo, siempre estaba dispuesto a echar una mano en casa con los niños, improvisar una cena, poner una lavadora o hacer la compra en un supermercado. Sí, definitivamente era una mujer afortunada.
-Cada día somos más las mujeres que nos hemos incorporado en masa al mundo laboral, asumiendo en muchas ocasiones grandes responsabilidades, a costa también de no pocos esfuerzos y sacrificios…
Que se lo dijeran a ella, las horas que le robaba al sueño para preparar un examen, las continuas carreras para llegar a todos los sitios y cumplir con sus numerosas obligaciones. Pero Jorge siempre estaba allí, ayudándola, supliéndola cuando su trabajo o sus estudios la hacían ausentarse y “descuidar” su papel de esposa y madre.
-La misma dificultad que tienen las mujeres de convivir con su propia situación contradictoria, la tienen los creativos publicitarios a la hora de la proyección mediática del imaginario femenino…
La verdad era que todo estaba cambiando pero todo seguía siendo un poco igual. Definitivamente, la mayoría de sus amigas y conocidas se habían convertido en supermujeres que compaginaban su vida laboral con la familiar y sólo algunas, como ella, tenían la suerte de contar con un marido tan dispuesto.
-No obstante, se muestran algunos cambios lentos en el discurso publicitario que acercan a una aparente igualdad de géneros combinados con múltiples estereotipos tradicionales…
De esos desde luego no faltaban, de los tradicionales y lo que más rabia le daba a ella era que cuando se trataba de padecer hemorroides, usar dentadura postiza o enfrentarse al estreñimiento siempre aparecía una sufrida mujer como principal protagonista. Ella, sin ir más lejos, acababa de rodar un anuncio de laxantes.
-Las mujeres se han ido incorporando al mundo del trabajo, la política y el ocio en proporciones nunca antes vistas y esto ha supuesto un impacto sobre la familia donde los papeles se han ido reinventando a veces con más culpa que felicidad. La demanda social debe impulsar el ritmo de ese cambio en el discurso publicitario que es mucho más lento que el propio cambio de la sociedad. Pero no desesperemos: “se hace camino al andar”.
Adela agradeció la exposición con unos cuantos aplausos y salió precipitadamente de la sala porque en media hora tenía que llevar a su hija pequeña al dentista, mientras Jorge se hacía cargo de comprar y preparar la cena de los jueves con sus amigos de siempre.