miércoles, 31 de marzo de 2010

UN LIBRO Y UNA PROPUESTA

El muro de Marlen Haushofer:
"Una mujer acepta una invitación para acudir a la cabaña de caza de unos amigos. Tras su llegada, la pareja anfitriona se acerca al pueblo vecino y no regresa. Angustiada, la mujer sale en su busca y, antes de llegar al pueblo, encuentra un muro invisible e insalvable detrás del cual parece reinar una rigidez cadavérica. Aislada del resto del mundo, rodeada por animales, la mujer se prepara para sobrevivir; tiene que replantearse su relación con la naturaleza y consigo misma y reflexionar sobre el sentido de la vida y del amor. La novela, de una gran sencillez y, al mismo tiempo, de una enorme densidad poética, se ha convertido en los últimos años en un libro «clave». Hans Weigel, el gran crítico y escritor austríaco, la considera «una gran obra maestra de la épica de Occidente»." DE LA CONTRAPORTADA.
PROPUESTA 1
Desde un lugar aislado, romántico o melancólico, el narrador recuerda o imagina a un interlocutor a quién le escribe una carta.

sábado, 27 de marzo de 2010

CONFIDENCIAS

Elia terminó las clases a las 8 de la tarde y se fue caminado hacia su casa. Había tenido suerte con aquella sustitución. Era en un instituto de su ciudad, tenía un horario nocturno de lujo: de profesor veterano y jefe de departamento, además. Los alumnos eran tranquilos, sólo había bachilleratos y un ciclo de formación profesional; algunos compaginaban sus estudios con la carrera de música en el conservatorio. Éstos eran siempre los mejores, jóvenes con alma de artistas, llenos de pasión y poco proclives a perder el tiempo. Elia estaba encantada y sólo pedía poder quedarse todo el curso en aquel instituto, aunque no le deseaba ningún mal al titular de su plaza.
Aquel día había pedido a sus alumnos de primero que elaboraran una redacción en la que reflejaran alguna de sus preocupaciones, o que hablaran de sus costumbres o de sus ilusiones en la vida. Llevaba en su bolso sesenta narraciones para corregir durante el fin de semana. No estaba mal, teniendo en cuenta que ella no tenía ningún plan y que pensaba coger una bolsa de viaje con lo imprescindible y tomar el autobús que la llevaría a su pequeño apartamento en la costa, desierta en aquella época del año, corría el mes de febrero.
El sábado por la mañana llegó al pueblo a eso de las 10, se bajó del autobús y emprendió el camino hacia su casa por el paseo marítimo, todavía le quedaba un buen trecho desde la parada hasta el apartamento. Hacía fresco aunque el sol brillaba con intensidad y Elia agradecía la caricia del astro rey en su rostro. El mar aparecía tranquilo y la ausencia de nubes convertía el panorama en una envolvente gama de azules. Todo acompañado de la brisa invernal.
Cuando llegó, no vio ningún coche aparcado en su calle, supuso que estaba sola en el edificio. Subió por las escaleras hasta el cuarto piso, siempre lo hacía cuando no había gente, previniendo la posibilidad de que el ascensor sufriera una avería y sabiendo que no habría nadie a quien pedir auxilio. Entró en el apartamento y cerró la puerta con llave girándola dos veces, era valiente pero esa soledad extrema le producía un asomo de inquietud.
Encendió todas las estufas que tenía en la casa: dos radiadores de aceite y una catalítica de gas butano que estaba situada en el pasillo, se puso ropa cómoda que guardaba en el armario y bajó al pequeño supermercado, situado a quinientos metros de su apartamento, que estaba abierto todo el año pese a la evidente escasez de clientela. Allí compro unas cuantas provisiones y volvió a su casa. Sólo se cruzó al volver con un anciano con aspecto de huertano curtido por el sol de muchos inviernos y veranos que caminaba con la ayuda de un bastón.
-Buenos días –le dijo al pasar a su lado.
-Buenos días –le contestó ella y pensó que ya sería la última voz que oiría en todo el fin de semana, exceptuando, quizá, alguna surgida de su móvil procedente de alguien de la familia o de alguna de sus amistades.
Elia se sentía algo cansada, sobre todo sufría dolores de espalda, así que optó por tumbarse en el sofá y corregir unas cuantas redacciones hasta la hora de comer. Las primeras que leyó no tenían nada de extraordinario, todo perfectamente previsible, llevaba muchos años con aquellos trabajos y con alumnos de aquellas edades, que siempre parecían los mismos. Al cabo de unos días de ver sus rostros, tenía la sensación de conocerlos de toda la vida. Sin embargo, empezó a leer una narración que la llenó de desasosiego. Era muy diferente a las otras incluso en el estilo que parecía más cuidado y maduro, decía así:

Los días pasan bajo las sombras de una vida que ya no lo es. Yo cavilo todo el tiempo en la forma de la huida: ensayo una muerte de folletín. Uno de mis lugares favoritos es el cuarto de baño, me encierro en él y miro las cuchillas de afeitar bien afiladas intentando imaginar cómo harían brotar la sangre de mis venas a borbotones. Pruebo posturas distintas y me figuro la reacción de mi madre, de mi padre, cuando me encontraran exánime después de forzar la puerta, alarmados.
También me recreo fabulando una escena aterradora: cuando vamos a la casa del pueblo, subo al desván, me tumbo en el suelo e imagino cómo quedaría mi cuerpo inerte colgado de una viga con una soga al cuello.
Cuando me quedo sola en casa meto la cabeza dentro del horno y trato de pensar en la sensación que sentiría con la salida del gas acabando con mi vida de la manera – dicen- más dulce.
Otras veces leo los prospectos de las muchas medicinas que hay en el botiquín de mi casa, sin saber a ciencia cierta qué pastillas serían las más adecuadas, las que me producirían una muerte más rápida y me harían sentir menos dolor.

Me tientan los balcones sobre todo cuando voy a visitar a mis tíos que viven en un séptimo piso, abro el que tienen en el salón y me quedo un rato sola con la excusa de fumar un cigarrillo, mientras pienso en la fuerte estampida que se produciría y en mi cuerpo destrozado en medio de la calle, rodeado de viandantes aterrados y sorprendidos.
Cuando cojo el metro, fantaseo con la posibilidad de arrojarme a las vías, segundos antes de que el tren inicie su marcha y casi puedo sentir el estruendo de la máquina aplastando mi persona, los gritos de la gente, el estupor del maquinista y el suceso en primera página de los periódicos locales.
Esa es mi otra vida, la de dentro, la que sólo yo conozco, la que le cuento a usted porque está de paso y porque tiene usted un no sé qué en la mirada que me hace pensar que quizá pueda comprenderme.

Elia se quedó atónita sin saber exactamente el alcance de aquellas palabras. Cerró los ojos y trató de recordar si sus sinsabores de adolescente le habían llevado alguna vez a frecuentar fantasías semejantes, quizá algún disgusto con sus padres, creía recordar, pero en ningún modo había escrito ni imaginado un tratado sobre el suicidio comparable a aquella espeluznante página. Se quedó muy preocupada todo el fin de semana, no pudo seguir corrigiendo ni concentrarse en nada. Procuró atontarse con algunos estúpidos programas de televisión y paseo por la orilla de la playa bien provista de anorak y botas de agua.
El lunes a las seis de la tarde, Elia llegó al instituto y entró en la clase de Primero A, el curso de Elena, la autora de la pavorosa redacción. Allí estaba como siempre, charlando con sus amigas. Saludaron a la profesora y comenzó la clase con total normalidad. Al terminar, Elia se dirigió a ella:
-Elena, me gustaría hablar contigo, yo tengo una hora libre…
-Yo tengo clase de mates –respondió Elena dudosa- pero si quieres le pido permiso a Alejandro.
-Vale, vamos a donde no nos moleste nadie.
Salieron del instituto y se dirigieron al bar de la esquina, no había mucha gente. Se sentaron a una mesa al lado de la ventana aunque la tarde empezaba a declinar. Pidieron un refresco y cuando tenían los vasos en la mesa, Elia la miró fijamente a los ojos:
-Bueno –dijo sacando de su bolso la redacción- ¿Esto qué es, eres aficionada a la literatura de terror?
-No –contestó, bajando la vista- todo lo que he escrito es verdad.
-¿Estás segura?
-Sí.
-¿Por qué, cariño, cuál es la causa? –preguntó Elia con inquietud creciente en su mirada y un ligero temblor en su voz.
-Es una historia muy larga.
-Bueno, ¿quieres contármela?
-No la sabe nadie.
-¿Quieres contármela a mí?
-Es por mi novio, Dani, me está jodiendo la vida.
-¿Cómo es posible? ¿Qué pasa?
-Al final del curso pasado terminamos, le dejé, me tenía harta desde que empezó a meterse esa mierda por la nariz, le cambió el carácter y no me gustaba la gente con la que empezamos a salir.
-Ya.
-Luego vino el verano, las vacaciones, me fui con mis padres al pueblo y me olvidé de todo. Allí me encontré con Javier, mi amigo de la infancia. Hacía dos años que no lo veía y estaba cambiado, estaba mayor y más guapo, como nunca antes me lo había parecido. Creo que surgió un flechazo entre nosotros. Nos enrollamos enseguida y no nos despegamos en todo el verano. Nos bañábamos en el río, andábamos de fiesta con la pandilla, pero siempre juntos él y yo.
-¿Y qué tiene que ver eso?
-Luego llegó septiembre y Javier se fue con sus padres a Madrid para continuar sus estudios.
-¿Y?
-Yo también volví al instituto. Tenía un poco de miedo de reencontrarme con Dani. Respiré aliviada cuando me dijeron que este año no se había matriculado. Pero la alegría duró poco porque el mismo día que empezó el curso me estaba esperando con su moto a la salida.
-Ya –continuó Elia- y ¿qué pasó?
-Me dijo que me quería, que no podía vivir sin mí y que tenía que volver con él porque si no, me mataría y después se mataría él.
-Y tú ¿qué hiciste?
-Tenía mucho miedo. Voy con él desde entonces. Sigue con sus mierdas de drogas y, a veces, me obliga a tomarlas a mí. Estoy desesperada. Ha llegado a pegarme cuando le he llevado la contraria. Sólo pienso en morirme y acabar con todo esto de una vez.
-A ver, cariño, necesitas ayuda y no sólo la mía, tienes que hablar con tus padres.
-Eso sí que no, no quiero que se enteren por nada del mundo.
-No puedes seguir así, tienes que dejar a ese chico. ¿Quieres que hable yo con tus padres?
-Te he dicho que no, ellos no pueden enterarse.
Elia se sintió impotente y muy preocupada. No sabía qué hacer. No sabía si podía traicionar la confianza que una niña de dieciséis años había puesto en ella
-Prométeme que le dejarás y que pedirás ayuda.
-Sí, te lo prometo. Mañana nos vamos de excursión a la nieve, estaré una semana sin verlo y pensaré. Muchas gracias por escucharme. Me has ayudado mucho, de verdad.

Al día siguiente de la citada conversación, el profesor al que Elia sustituía se presentó en el instituto diciendo que le daban el alta y que en tres días ocuparía su puesto.
Elia no podía irse sin hacer algo por Elena y lo único que se le ocurrió fue confiar su secreto a otra profesora con la que había congeniado en el breve tiempo que duró su trabajo en el instituto. Amparo, que así se llamaba, era médico, daba clases en un ciclo formativo para auxiliares de clínica y, como el instituto era pequeño, conocía a todos los alumnos. Quedaron en que ella estaría pendiente de Elena a su vuelta del viaje y de que trataría de ganarse su confianza para intentar ayudarle.
A las dos semanas de dejar el instituto, Elia encontró una carta en su buzón sin remitente. La abrió y leyó su escueto contenido:

Querida profesora:
Me puse muy triste cuando volví del viaje a la nieve y vi que te habías ido y que yo no había podido ni siquiera despedirme de ti.
Quiero que sepas lo mucho que me has ayudado, nunca nadie me había escuchado como tú lo hiciste. No podré olvidarte en toda mi vida. Te doy las gracias de todo corazón.
Un abrazo muy fuerte
Elena

Y así acabó la historia para Elia, nunca volvió a saber de Elena, pero supuso que en este caso no tener noticias eran buenas noticias.

jueves, 25 de marzo de 2010

HUELGA DE PIERNAS CRUZADAS

-¿Te has enterao, Concha, de la locura esa que se ha apoderao de Pereira?
-Pues no, si no me lo cuentas tú, que se ve que todo tienes que saberlo…
-Saberlo, no. Que no quepo en mí de asombro y soy un océano de dudas.
-Ya te veo venir, Rosa. ¡Anda, no te andes con circunloquios! Di.
-¡Es la concha!
-¿De que concha me hablas? ¿Y, quién es ese Pereira?
-Del chirri, el chocho, la pepitilla, la figa, el potorro, el bujero, el bollo…
-¿Tú, qué has comido hoy?
-Comido, no. Mientras estaba comiendo, me he tragao la noticia.
-¿Qué noticia, Rosa? Que me empiezo a hartar.
-Que el alcalde de Pereira, en Colombia, ha propuesto a las esposas de un centenar de pandilleros una “huelga de piernas cruzadas”
-¿Una qué?
-¡Que no jodan, coño! Que se nieguen a “mantener relaciones íntimas con sus esposos durante una semana, con el fin de obligarlos a no delinquir y frenar así los índices de criminalidad”…
-¡Venga ya!
-Sí, que dicen ellas, que no quieren quedarse viudas y dejar huérfanos de padre a sus hijos.
-…
-¡Concha!
-Me he quedao muda.
-Pues yo me siento como si el coño estuviera hablando por mi boca, ¡con perdón!
Y la tía de la tele, como siempre, daba la noticia con esa sonrisa que no se quitan ni pa lavarse los dientes.
-No sé qué decir , Rosa. Me confundes
-¡Que yo te confundo! Métete en el Internet ese y entonces si que te vas a fundir
-Confundir.
-No, fundir. Se te van a fundir todos los cables de la razón si te pones a mirar por ahí: que, “están en la delincuencia no por necesidad económica, sino por un referente de poder y seducción sexual.” - “Jajaja! Son como monos, falta la teoría esa del macho alfa y la rematan.” -“Pues ya tienen dos problemas más: violaciones y mayor agresividad al negarles las relaciones sexuales.” -“Muy ingenuas veo yo a estas mujeres colombianas, para ser las mujeres de los pandilleros.” –“Un gran avance en los derechos de la mujer, ¡sólo convencemos negándonos a follar! Pero claro, unas individuas que están con esos energúmenos no se caracterizarán por su inteligencia y facilidad de palabra. ¡Señorrr!, ¡tener que escuchar cosas así!” –“Pues ahora que lo pienso bien, mi querido y sufrido marido también quiere parar la violencia de esa forma, haciendo la huelga sexual conmigo. ¡¡¡Qué jodido y que callado se lo traía!!!” –“No entiendo que las mujeres colombianas utilicen el “deseo sexual.” ¿Es que ellas no tienen deseo sexual? No sé por qué el sexo parece un premio que da la mujer al hombre. Se supone que es un intercambio.” –“Como si eso les importara, seguro que tienen por ahí un harén de putas. Los pandilleros son como animales” –Si llegáis a ir alguna vez a Colombia y observáis lo p… que son las tías allí, que van agarradas al marido y te miran como si quisieran violarte…” –“No podría ocultaros, que el quid de la cuestión es que no van a montárselo con sus respectivos cubos de basura, pero seguro que se buscan otro contenedor parecido…”
-¡Para, para! ¿Todo eso es verdad?
-¡Es la cruda realidad!
-Y, tú…
-Yo, no pienso nada. El coño habla por mí. ¡Ahora entiendo porqué llevo diez años cruzada de piernas!
-Pero…
-Nada. El caso es que algo hondo me ha tocao. Que también yo, de niña…
-¿Tú?
-Sí, a mis quince años, como muchas de ellas, le planté cara a mi padre y colgué la escopeta.
-¿Escopeta, tú? ¡Pero, tú! De verdad, que me va a dar un yuyu. ¿Qué hacías tú con una escopeta, niña?
-Contentar a mi padre. Ganarme su aprobación. ¡Cómo había nacido con esa falta entre las piernas! Y me gané su desprecio de por vida, que siempre que podía me recordaba que sólo había estao orgulloso de su hija cuando usaba el arma. Porque me hablaba en tercera persona, como si yo no estuviera allí ni en ninguna otra parte, supongo.
-Pero… ¿qué hacías con la escopeta?
-Tirar al pichón.
-…
-¡Como lo oyes! Llegué a ser subcampeona de España y me regalaron un reloj de oro grabado con mi nombre y la fecha para conmemorar la ocasión. Para que me dejara matar por el Tiempo, supongo. Por eso dejé de llevar reloj, que lo uno y lo otro se confunden y matan lo mismo aunque de distinta manera.
-Pero, ¿no eras tú la que de joven, bajo una máscara de garza, encabezabas una protesta contra la caza en un lago y se te veía en las páginas de la prensa negociando con el alcalde?
-La misma, más o menos. Y se acabó la caza en la laguna.
-…
-¿Estás ahí?
-No.
-…Por eso las entiendo y no las entiendo.
No las entiendo porque los matones, acorralados por la miseria, son violentos de una manera natural, por así decir, que en los humanos lo natural es cultural y no puede ser de otro modo, y yo de eso no sé nada porque tú y yo pertenecemos a unas clases híbridas e indecisas, esas que se llamaban burguesas, que sólo pueden llegar a hacerse violentas haciendo gran violencia de sus hábitos y costumbres, que cualquier día nos ponen en un museo de etnografía. Como uno que visitaba hace poco y vendían como cosa típica y producto cultural una casa de las nuestras, con su cocina tradicional, su dormitorio con camastro de madera, su comedor con sus sillas Tonet, todo en el interior de una cueva prehistórica.
Y, las entiendo porque en todas partes el Patriarcado cuece sus habas y de paso a sus mujeres. Pero al que no me creo es al alcalde de Pereira
-Y, ese ¿qué tiene que ver en todo esto?
-Pues que, al parecer, la iniciativa ha partido de él. Y ya sabes tú que yo, de los políticos siempre sospecho.
-Rosa, dame un respiro
-El respiro me lo tomo yo, Concha. ¡Si Lisístrata levantara la cabeza! Chau.

NIGELLA

miércoles, 24 de marzo de 2010

EVELYNE ESCRIBE

REENCUENTRO

Tu rostro lívido,
tu mirada turbia,
el encontrarnos de nuevo allí,
bajo la lluvia…
Algo que se intuía en el aire…
ya no eras tú,
sino tu sombra.

A lo lejos las chimeneas,
el humo denso
que caía sobre las edificaciones próximas…

Hubiera querido llorar,
pero ni siquiera un suspiro,
ni siquiera una palabra,
nada rompía el silencio
pegajoso de la tarde…

Yo sabía…
Tú no hubieras querido
encontrarme allí,
sin más,
sin espera,
sin barreras,
frente a frente…

Te miré
Y, a pesar de lo terrible de la situación,
recordé,
en un segundo,
todo lo que nos había llevado
hasta ese final.
Porque era eso, ¿no?
Por qué esa pregunta…

Yo sabía…
Y es lo que no soportabas.
Yo sabía de tus bajezas,
tus errores
y tus noches de luna llena…
Bajo las estrellas cantabas,
como las sirenas.

Ahora se había acabado.

Desenmascarado.

Y no lo esperabas…

Y en esa tarde oscura
desapareciste
como una sombra
en el humo oscuro
del olvido

domingo, 21 de marzo de 2010

EL BAILARÍN DEL METRO, LA FILÓSOFA MOMIA Y EL OBSERVADOR AMORFO

Hoy no es una excepción, hoy me siento como siempre muy cansada. Suena el despertador a las 6.30, reprimo mis deseos de estamparlo contra la pared y seguir durmiendo. Me levanto arrastrando mi cuerpo dolorido hasta el cuarto de baño. El espejo me devuelve la imagen de una mujer derrotada, una mujer que ha perdido todos los trenes y que está a punto de perder el que hoy ha de llevarla a su destino de absurda profesora, de filósofa muerta, de chillona crónica que se rompe la garganta cada día para hacerse oír por su reducido auditorio. ¡No voy, no voy, hoy no voy, no puedo! El cuerpo no me responde. Me duele también el alma. Finalmente consigo vencer mis aprensiones con una ducha caliente y una taza de humeante té. Disfrazo mi rostro con un poco de maquillaje. Salgo a la calle. Es uno de diciembre y hace frío. Todavía es de noche. Ando con paso rápido hasta la estación del metro; esta marcha me libera de la mala conciencia que tengo de llevar una vida sedentaria. Llego a tiempo, aún tendré que esperar unos diez minutos. Estoy sofocada, tiro la mochila en un banco, empiezo a despojarme del abrigo y de la bufanda y me doy aire con un abanico. Me siento exhausta. Hay poca gente en los andenes. De pronto veo a un joven en frente que baila al ritmo de la música que sale de los altavoces. Se siente observado y exagera su excentricidad. Va vestido con un uniforme verde. ¿Bailas? -Me pregunta- Y yo le contesto con un gesto de mis manos, como si fuera a echarme a volar por encima de las vías que nos separan. Le sonrío.
Él sigue su baile con esmero. También canta, avivando la mortecina voz de los viejos bafles de la estación. Me pregunta que si me divierto, le respondo que sí. Llega mi tren. Le digo adiós con la mano. Me pierdo en la tristeza de un vagón atiborrado de sonámbulos...


Me levanto de un brinco apenas oigo el despertador. Ya es viernes. Hoy voy a verla, me muero de ganas. Mi chica, ¡qué buena está!, me comeré sus labios y la apretujaré entre mis brazos, la amaré la noche entera. Hoy voy a decirle que la quiero. Me doy una ducha de agua fría y me lanzo a la calle sin desayunar. Llego a la parada de metro, bajo las escaleras de dos en dos. Si voy rápido me da la impresión que acorto las horas que me faltan para verla. Estoy tan contento que voy a ponerme a bailar aquí mismo. Se oye un cha cha cha por los desvaídos altavoces de la estación. A ver: un, dos, Cha cha cha; un, dos cha cha cha, paso abierto; un, dos, cha cha cha, un, dos, cha cha cha; un, dos, cha cha cha, paso cerrado; un, dos, cha cha cha; un dos cha cha cha, voy y vengo; un, dos, cha cha, cha; vuelta; un, dos, cha, cha, cha media vuelta; un dos tres, un dos tres, vuelta entera... ¡Me sale bien! Estoy en forma. ¡Cuánto me gustan las clases de baile! En el andén de en frente, hay una mujer que me observa y me sonríe. Hago un quiebro, media vuelta y me palmeo el culo. ¿Bailas? -Le pregunto-, y me contesta que sí, pero las vías se interponen entre nosotros. Le digo que la cuestión es no aburrirse. Soy tan feliz que me siento capaz de dar un salto y bailar con ella. Debe de estar tan loca como yo pero parece triste a pesar de su sonrisa. Me gustaría darle un poco de mi magia, que sintiera la vida latir con la misma intensidad que yo la siento. Qué bien me sienta el uniforme de jardinero. Debo estar irresistible, esa mujer continúa mirándome. Viene un tren. Me dice adiós con la mano. Desaparece...


Lo primero que hago cuando me despierto es encender un cigarrillo. Un día más. Cuento los putos días que me quedan para jubilarme. De camino al metro me paro en el bar de siempre y me pido un café y un copazo de cazalla con el segundo pitillo, es que si no, no hay quien me mueva. Una vez entonado el cuerpo, ya no le temo a nada. Soporto al cabrón del jefe como si la cosa no fuera conmigo. Hay que ver lo que me aprietan estos pantalones, cada día como menos y tengo la barriga más gorda, lo he heredado de mi padre, seguro. ¡Vaya!, me he adelantado, aún queda un rato para que llegue mi tren. ¡Hostia!, no me queda tabaco, me fumo el último. Cuando llegue, me meto en el bar de enfrente de la obra y me pido otro aguardiente de paso que saco un paquete de la máquina. ¡Hay que joderse!, como está el personal, de manicomio vamos, mira ese tipejo ligando con una mujer que podría ser su madre, aunque todavía tiene un buen polvo, seguro que es un putón, como todas. Vivir para ver. Y a estas horas. Desde luego, ¡mujeres! Verlas, olerlas y salir huyendo por si te atrapan. Lo único que les interesa es el dinero. Y él parece maricón, mira como se mueve y ahora se da una palmada en el culo y ella se ríe. Seguro que está drogado, si no de qué iba a estar haciendo el payaso aquí a estas horas. A dónde vamos a llegar... ¡Ay! Si Franco levantara la cabeza... ¡Qué tiempos estos! Ya no hay vergüenza ni decencia ni hay nada. Viene el tren de ella y luego el de él y yo aquí, esperando y sin un puto cigarro que llevarme a la boca...

UN ESPLÉNDIDO SUEÑO

A M.S.

El mar brota inmenso,
la mañana se muestra azul,
un viento suave nos besa la piel.

Yo sería una madre
y tú mi niño
vestido de manzana.

Avanzamos remando hacia la isla fugitiva,
de arenas blancas,
tesoros de caracolas nos aguardan.

La paciencia instintiva y pétrea
rema y rema
ante el lazo umbilical de tu mirada.

Una ola inesperada
te arranca de mi paisaje
yo, serena, me lanzo de cabeza al agua.

Aguas cristalinas
acompañan mi vuelo
a los secretos turquesas de su fondo.

Allí estás tú,
te aferras a mis brazos
y salimos impulsados por la fuerza
de nuestros corazones.

De nuevo en la barca,
me despierto
con el sabor de la sal en mis labios.

Venturosa noche
en que soñé
el orgullo de alumbrar
tu ser de nuevo.

miércoles, 17 de marzo de 2010

LA CENIA

NIGELLA.

El nombre de la casa de comidas tanto como el callejón en cuyo cantón se encontraba abrían un resquicio en mi espíritu sarcástico:
“La Cenia”, C/ Peso de la Harina nº 4.
Había adquirido la costumbre de acudir regularmente, a mediodía, para hacer más soportable mi sentimiento de abandono a la hora de comer.
Hijo único, apegado morbosamente a mi madre, me estremecía al pensar en el helado comedor que habíamos compartido antes de que ella me abandonara
Por fortuna, una antigua compañera de trabajo, desengañada del boicot permanente por parte de la administración al colectivo del Centro en el que trabajábamos, había decidido coger la puerta y largarse. Tras un periodo de pérdida transitoria se acomodó en aquél cantón vecino a mi casa.
Se llamaba “La Cenia” porque había albergado un sencillo artefacto para elevar el agua, una pequeña noria. Un aliviacargas emocional, solía decir Lupe que imaginaba la noria elevando emociones sumergidas para luego verterlas de nuevo a la corriente del río de la vida una vez aireadas. Apenas una decena de mesas, con sus sillas de madera y enea, se repartían apretadas en el colorista local pintado en morado y verde cuyas paredes albergaban cuadros expuestos a la venta por gente aficionada a pintar para resistir, sobreponerse, aguantar, perseverar, tolerar el dolor y la angustia. Una forma de confiar en la vida.
Dos mujeres en la cocina: Lupe, su excompañera de trabajo y Amalia, una antigua colega de estudios de ésta última. Las dos únicas licenciadas en Filosofía de aquella hornada que no habían acabado de funcionarias en un centro de enseñanza.
Escrita en un pizarrón una carta filosófica, pues, apoyada sobre un caballete de madera de los que usaban los pintores antes de que se impusieran las nuevas tecnologías. ¡Imaginación al poder! Al menos en el menú:

PRIMEROS
Calabacines rellenos de gravedad para equilibristas ebrios.
Macarrones invisibles bajo un manto de serenidad.
Cocido para aliviar la añoranza en días de lluvia.

SEGUNDOS
Pechugas al litio.
Sardinas desnudas como niños recién nacidos.
Medallones de ternera rellenos de viento cálido del desierto.

POSTRE
Mandarinas de la china.
Crema de Amor Maldito.

Entré en la cocina y me pasaron una pava a la que apenas le restaban dos caladas. El comedor estaba vacío, así que, las dos mujeres cada una con un vaso de tinto con gaseosa en la mano charlaban animadamente.
Amalia comentaba que la gente comía al ritmo que ella marcaba según la música que elegía. Se dedicaba a estudiar como influía la atmósfera sonora en el comportamiento de los comensales. Es más, disfrutaba tratando de adivinar sus acciones-reacciones. Ella misma, encargada de servir las mesas, se veía envuelta en el experimento. Ya se sabe: el observador modifica el objeto de observación y es modificado por él. A veces se sentía perdida en su papel, pero lograba sobreponerse al miedo paseando por la cuerda floja de las losetas del comedor en busca del equilibrio que le permitiera mantener el tipo, al menos hasta llegar a la cocina.
Alguna vez Lupe salía de su escondrijo para auxiliarla, pero muy ocasionalmente. Permanecía en la cocina porque sentía pánico escénico. Se ocupaba de la intendencia y la economía, asuntos que sobrepasaban a Amalia. Ella no habría sido capaz de lanzarse a la aventura de buscar local, legalizar turbiamente el negocio, tratar con los proveedores… como Lupe. Sin embargo, Amalia pintaba cada día platos nuevos y salía al comedor dispuesta a sublimar su reprimido deseo teatral.
Apagué el canuto quemándome las yemas de los dedos sin interrumpir la conversación y me senté bajo el ventanuco de la izquierda. Leí la carta y me decidí por el cocido, las sardinas y la Crema de Amor Maldito.
¿Quién decide qué es la locura? ¿Quién no está loco? Los que resisten y encuentran su hueco, un lugar al que pertenecen, un nido, un sueño inestable. Los que no se dejan atrapar por las etiquetas de la institución. Sí, estar vivo duele. Cuanto más vivo, más dolor. Algunos no lo soportan, se dejan vencer y acuden a pedir ayuda. Pero El Centro sólo actúa como una prisión encubierta; encorseta, estriñe, adormece… y no sabemos cómo afrontar el sufrimiento: terapias, mediación familiar, discursos sociales e institucionales para matar su particular y legítimo punto de vista sobre la “realidad”, en una palabra, acomodación. Y, sin embargo, no se puede dejar en el abandono a los que piden calmar su sufrimiento, pensé.
Amalia apareció montada sobre unos botines de tacón de aguja de diez centímetros, unas mayas agujereadas y un blusón de la India para tomar nota. Los botines se los había regalado su familia para asistir a una boda. Esperaban que tuviera un aspecto de “normalidad”. Aquél día contuvo su ira y, sin saber cómo, les dio la vuelta a los botines y encontró el lado cómico de balancearse torpemente a esa altura de vértigo al tiempo que servía las mesas cargada de platos repartidos entre manos y antebrazos. Sólo de tanto en tanto, porque los pies quedaban oprimidos en las estrechas puntas montándose unos dedos sobre otros hasta sentir auténtico dolor. ¡Dios, que locura andar así por la vida! ¿Por qué? Con lo cómodos que son los zapatos planos, la libertad de movimiento que proporcionan y ¡los hay tan divertidos! -decía Amalia. Para ella usarlos era una performance, una manera de reconocerse y concederse la libertad de sus condicionamientos familiares.
Comienza a moverse con gracia montada en los estúpidos zancos de terciopelo negro –me dije a mi mismo con una cierta sorna.
El comedor seguía vacío. Amalia se había decidido por la “Penguin Cafe Orchestra”, se acerco a mi mesa y tomó nota dejando un tinto y un platillo con aceitunas sobre el mantel.
Entró una pareja. Se sentaron dos mesas más allá. Uno de ellos escondía los labios entre el bigote y la barba. El otro llevaba un pendiente y la cabeza rapada. Inmediatamente llegó un grupo bullicioso. Juntaron tres mesas en el rincón con la aquiescencia de Amalia y antes de que hubieran acabado, entraron dos nuevas parejas que eligieron mesas separadas. En un instante la casa se llenó…
Salirse de la “realidad”, vivir en un mundo que es medio ajeno a la realidad. Vivir en los pliegues. Ni dentro ni fuera. ¿Quién está enfermo? ¿El Sistema o tú?
…La casa se llenó de voces, gestos, colores, olores como la música de la “Orquesta del Café de los Pingüinos”: paraguas de colores, un coche de bebé rojo y desnudo como las sardinas del menú, aros de humo escapando de los medallones de ternera al modo de los que forman los buenos fumadores de puros, dos chinas disfrutando de las mandarinas de su país…
Mientras, Amalia empezaba a trastabillar no se sabe si por efecto de la gravedad, del canuto, del vino con gaseosa o del gentío y Lupe permanecía oculta en su caparazón de la cocina.
Sentí el cálido viento del desierto proveniente de los medallones del vecino. Amalia me sirvió la Crema de Amor Maldito. Le hice un comentario sarcástico sobre sus andares al que ella contestó dándome el culo. Me vine abajo y me permití jugar con la idea de dimitir y unirme a aquella gente antes de que me llegara el nuevo nombramiento de Director y me viera irremediablemente atrapado por la cordura de la administración en el Centro de Salud Mental.

martes, 9 de marzo de 2010

La vida y los ensueños son hojas de un mismo libro

"Siempre he creído que cada cual tiene una historia que sólo él puede contar... dentro de cada uno de nosotros hay un caudal de experiencias únicas, intransferibles, un modo más o menos insólito de ver la realidad, que en la mayoría de los casos no llega nunca a salir a la luz. Es más: a menudo ni siquiera nosotros llegamos a sospechar la existencia de ese mundo interior. Supongo que por eso es tan difícil cumplir el viejo precepto filosófico del Cónocete a ti mismo, y por eso también la originalidad, estando tan cerca de nosotros, es un bien raro de encontrar.

Y, sin embargo, no sabemos vivir sin rebobinar de vez en cuando en nuestra vida y rescatar imaginariamente algo del tiempo que se fue para siempre. Es inevitable: somos narradores, y nosotros mismos constituimos la materia básica de nuestras narración.

Hasta quien nada cuenta está siempre contando, reordenando el pasado e indagando en ese oscuro mundo interior que nos habita sin apenas saberlo. Quien lo dude, no tiene más que ver cómo de día vivimos y de noche soñamos. Con el sueño nos contamos la vida de otro modo. Desde una propuesta insólita. La vida y los ensueños son hojas de un mismo libro, nos dice Schopenhauer. Su lectura de conjunto se llama vida real." Luis Landero (continuará).

miércoles, 3 de marzo de 2010

UN CUENTO CHINO





La han sacado del río inerte. Chen Xingwu, por primera vez en su vida, deja que unas lágrimas resbalen por la arrugada piel de su rostro viril, curtido de soles al son de su pala cavando la tierra, en su interminable lucha por labrar una cosecha. Lili, su adorada niña de quince años, yace muerta en el suelo, devuelta por las sedientas aguas del río Amarillo, el turbio y terrible “río de barro” que devora a su paso bosques y praderas. La gente se arremolina en torno a ellos. Por todas partes deambula el dolor y el miedo

Es tiempo de lluvias en la árida meseta de Loess, situada en las entrañas de la profunda China. Pedazos de tierra mojada se deslizan hacia el río. Chen Xingwu le cierra los ojos a su hija, la limpia de lodos y la acaricia apretándola contra su pecho mientras llora inconsolablemente.

Le costó decidirse a aceptar a esa niña. En 1986 se había casado con So Young, una joven coreana a la que había comprado en el mercado de novias, a un vendedor itinerante, después de ahorrar durante mucho tiempo. Era demasiado pobre y las familias de las pocas jóvenes que quedaban en la zona no permitían entregar a sus hijas a alguien que no les asegurara un futuro digno.
Las mujeres escasean por esta zona desértica, un denso laberinto de cañones erosionados, con pequeñas aldeas encaramadas en colinas, a las que no hay acceso por carretera y donde no llegan los cambios que agitan a la moderna China. Los jóvenes huyen a las ciudades en busca de una vida mejor.


Una vez celebrada la modesta boda, fueron a vivir a una pequeña aldea, Chenjiayuan, donde habitaron una cueva horno que les protegía de los fríos inviernos y de los ardorosos veranos.
So young padeció en sus carnes el desgarro de la posesión sin miramientos por parte de aquel, su esposo, que la tomaba para saciar su deseo y volcar su semen en ella en busca del ansiado varón que perpetuara su nombre y asegurara un futuro a su familia. Pero el destino, ciego a sus intenciones, le había dado tres hijas. Las dos primeras fueron arrebatadas por Chen Xingwu, recién salidas del vientre de su madre. Ella no llegó a verlas, los dolores del parto le habían provocado un estado de semiinconsciencia. Sólo él supo de su suerte.
Pero la tercera vez, cuando So Young sintió a su bebé intentando abrirse paso a través de sus entrañas, puso todo su empeño en mantenerse despierta. Gritó con todas sus fuerzas ante cada nueva contracción procurando mantener el control. La vio salir encogida, ensangrentada, y con un tono azulado en su piel. Se aferró al cuerpecito de su niña y no consintió que se la arrebataran, se pasó meses con la pequeña asida a su pecho día y noche, amamantándola y acariciándola, sin importarle nada más. Su esposo, Chen Xingwu, creyó que había perdido la cabeza y aceptó resignado su férrea decisión.

Con el tiempo la niña, que poseía la hermosura de las flores de loto y la alegría de los pajarillos, llenó de contento la austera vida de los esposos, que trabajaban incansablemente para poder alimentarla.


Pero de nada les había servido su gran esfuerzo para sacarla adelante en medio de tantas luchas y privaciones, ni tampoco el tigre de arcilla de grandes ojos y salientes mejillas, que habían colgado a la entrada de su vivienda para que los protegiera de los malos espíritus, les evitara desastres y les asegurara la paz y el bienestar. Todo había sido en vano.

Cuando las voces de la desgracia llegan a los oídos de So young, queda sumida en un profundo letargo, del que ningún remedio parece capaz de sacarla. Después de varios días empieza a reaccionar pero ya nunca vuelve a ser la misma, la tristeza se convierte en su inseparable compañera.


No muy lejos de allí, Yang Husheng se llena de alegría al enterarse de la noticia de la joven ahogada, que corre de aldea en aldea. Hace tiempo que está en deuda con el cadáver de su hijo, muerto a los doce años en un trágico accidente. De tanto en tanto, se le aparece mientras duerme reclamando su deseo, él le contesta que sea paciente, que lo conseguirá. Tiene la obligación de hacerlo feliz, de completarlo ofreciéndole una esposa para que no esté solo en la otra vida. Está en contacto con los traficantes de cadáveres de la zona y sabe que su fortuna le permitirá ser el primero que consiga un cuerpo joven para darle una esposa a su hijo. Su deber de lealtad para con él así lo exige.

Realizados los tratos, gracias a los mediadores, por fin llega el día. En primer lugar, se procede a la exhumación del cadáver del joven Yong para efectuar el rito del minghun o matrimonio en el más allá. Sitúan juntos los dos ataúdes mientras una banda de músicos interpreta una marcha fúnebre. La obstinada lluvia sigue acompañando la funesta boda. La gente se conmueve, brotan las lágrimas, se toman de la mano…

Yang Husheng, agradecido, le ofrece a So Young un anillo y unos pendientes de oro, además de los dos mil yuanes que les había dado el traficante de cadáveres. Terminada la ceremonia, a la que los padres de la novia asisten como sumidos en una amarga pesadilla, vuelven a su casa y a sus miserables vidas.

So Young entra sonámbula en la cueva seguida de su esposo, como una autómata ordena la vivienda hasta que todo ocupa exactamente su lugar. Después se dirige a la cocina, busca un pequeño frasco de láudano que tiene oculto en un armario y se dispone a preparar la comida sumida en un profundo silencio. Vierte el líquido cristalino y lo mezcla cuidadosamente con los alimentos; después prepara la mesa, le ofrece a su esposo su plato y ambos, sentados frente a frente, comen despacio, se miran por última vez sin esperanza, relajados ya. La sobremesa dura una eternidad...

lunes, 1 de marzo de 2010

Un buen momento para empezar

Son las 18.30. No llueve. Hoy es 1 de marzo. Disfruto del lujo de ver atardecer desde mi ventana. Los árboles -una morera, un olivo y una palmera- se agitan debido a un viento suave sobre un fondo azul que se resiste cada día un poco más antes de dar paso a la oscuridad. Se está acabando este crudo invierno. Y, ¿por qué no? Hoy es un buen día para empezar algo que tenemos pendiente desde hace tiempo: ponernos a escribir.

Esto es una invitación y sólo se hará realidad si tú te añades y somos dos, tres, cuatro...

Aquí estoy esperando tu decisión. Hasta pronto. Lu