Hoy no es una excepción, hoy me siento como siempre muy cansada. Suena el despertador a las 6.30, reprimo mis deseos de estamparlo contra la pared y seguir durmiendo. Me levanto arrastrando mi cuerpo dolorido hasta el cuarto de baño. El espejo me devuelve la imagen de una mujer derrotada, una mujer que ha perdido todos los trenes y que está a punto de perder el que hoy ha de llevarla a su destino de absurda profesora, de filósofa muerta, de chillona crónica que se rompe la garganta cada día para hacerse oír por su reducido auditorio. ¡No voy, no voy, hoy no voy, no puedo! El cuerpo no me responde. Me duele también el alma. Finalmente consigo vencer mis aprensiones con una ducha caliente y una taza de humeante té. Disfrazo mi rostro con un poco de maquillaje. Salgo a la calle. Es uno de diciembre y hace frío. Todavía es de noche. Ando con paso rápido hasta la estación del metro; esta marcha me libera de la mala conciencia que tengo de llevar una vida sedentaria. Llego a tiempo, aún tendré que esperar unos diez minutos. Estoy sofocada, tiro la mochila en un banco, empiezo a despojarme del abrigo y de la bufanda y me doy aire con un abanico. Me siento exhausta. Hay poca gente en los andenes. De pronto veo a un joven en frente que baila al ritmo de la música que sale de los altavoces. Se siente observado y exagera su excentricidad. Va vestido con un uniforme verde. ¿Bailas? -Me pregunta- Y yo le contesto con un gesto de mis manos, como si fuera a echarme a volar por encima de las vías que nos separan. Le sonrío.
Él sigue su baile con esmero. También canta, avivando la mortecina voz de los viejos bafles de la estación. Me pregunta que si me divierto, le respondo que sí. Llega mi tren. Le digo adiós con la mano. Me pierdo en la tristeza de un vagón atiborrado de sonámbulos...
Me levanto de un brinco apenas oigo el despertador. Ya es viernes. Hoy voy a verla, me muero de ganas. Mi chica, ¡qué buena está!, me comeré sus labios y la apretujaré entre mis brazos, la amaré la noche entera. Hoy voy a decirle que la quiero. Me doy una ducha de agua fría y me lanzo a la calle sin desayunar. Llego a la parada de metro, bajo las escaleras de dos en dos. Si voy rápido me da la impresión que acorto las horas que me faltan para verla. Estoy tan contento que voy a ponerme a bailar aquí mismo. Se oye un cha cha cha por los desvaídos altavoces de la estación. A ver: un, dos, Cha cha cha; un, dos cha cha cha, paso abierto; un, dos, cha cha cha, un, dos, cha cha cha; un, dos, cha cha cha, paso cerrado; un, dos, cha cha cha; un dos cha cha cha, voy y vengo; un, dos, cha cha, cha; vuelta; un, dos, cha, cha, cha media vuelta; un dos tres, un dos tres, vuelta entera... ¡Me sale bien! Estoy en forma. ¡Cuánto me gustan las clases de baile! En el andén de en frente, hay una mujer que me observa y me sonríe. Hago un quiebro, media vuelta y me palmeo el culo. ¿Bailas? -Le pregunto-, y me contesta que sí, pero las vías se interponen entre nosotros. Le digo que la cuestión es no aburrirse. Soy tan feliz que me siento capaz de dar un salto y bailar con ella. Debe de estar tan loca como yo pero parece triste a pesar de su sonrisa. Me gustaría darle un poco de mi magia, que sintiera la vida latir con la misma intensidad que yo la siento. Qué bien me sienta el uniforme de jardinero. Debo estar irresistible, esa mujer continúa mirándome. Viene un tren. Me dice adiós con la mano. Desaparece...
Lo primero que hago cuando me despierto es encender un cigarrillo. Un día más. Cuento los putos días que me quedan para jubilarme. De camino al metro me paro en el bar de siempre y me pido un café y un copazo de cazalla con el segundo pitillo, es que si no, no hay quien me mueva. Una vez entonado el cuerpo, ya no le temo a nada. Soporto al cabrón del jefe como si la cosa no fuera conmigo. Hay que ver lo que me aprietan estos pantalones, cada día como menos y tengo la barriga más gorda, lo he heredado de mi padre, seguro. ¡Vaya!, me he adelantado, aún queda un rato para que llegue mi tren. ¡Hostia!, no me queda tabaco, me fumo el último. Cuando llegue, me meto en el bar de enfrente de la obra y me pido otro aguardiente de paso que saco un paquete de la máquina. ¡Hay que joderse!, como está el personal, de manicomio vamos, mira ese tipejo ligando con una mujer que podría ser su madre, aunque todavía tiene un buen polvo, seguro que es un putón, como todas. Vivir para ver. Y a estas horas. Desde luego, ¡mujeres! Verlas, olerlas y salir huyendo por si te atrapan. Lo único que les interesa es el dinero. Y él parece maricón, mira como se mueve y ahora se da una palmada en el culo y ella se ríe. Seguro que está drogado, si no de qué iba a estar haciendo el payaso aquí a estas horas. A dónde vamos a llegar... ¡Ay! Si Franco levantara la cabeza... ¡Qué tiempos estos! Ya no hay vergüenza ni decencia ni hay nada. Viene el tren de ella y luego el de él y yo aquí, esperando y sin un puto cigarro que llevarme a la boca...
Bien, me preguntaba si había alguna manera de estructurar los tres textos, algo que tejiera el encuentro, además del relato de los personajes, y descubrí que le elípsis es la mejor estructura posible. :))
ResponderEliminarPues no sé si me das la razón o me la quitas, la elipsis es lo que yo he hecho ¿no?
ResponderEliminarSí, :))
ResponderEliminarAunque, me sigo preguntando sino ganaría el relato jugando a encontrarle una trabazón.
ResponderEliminarPiensa en el último libro de Auster, cómo teje los cuatro capítulos. Algo así, pero en relato breve y con tres capítulos. Como un ejercicio.
Y quizá un título menos obvio. No puedo recordar porqué Auster titula su novela "Invisible".
¿Y, tú?
Es posible que sí ganara. Yo la trabazón la veo en la coincidencia de tres personas en el mismo lugar (la estación de metro) y a la misma hora (el comienzo de la jornada laboral). Creo que el lector puede imaginarse la escena y oír los pensamientos de los tres a través del relato.
ResponderEliminarNo recuerdo exactamente por qué el título de "Invisible" pero podría hacer referencia a la ficción dentro de la ficción (es muy cervantino este Auster. En el "Quijote", El narrador no es el autor de la historia, se encuentra un manuscrito que además era una traducción de un tercer narrador). Supuestamente se narran unos hechos biográficos, aunque el dice que son ficticios (primer narrador, Adam Walker), que llegan a manos de un segundo narrador(Jim), éste se encuentra después con la hermana de Adam y ésta le dice que nada de lo que su hermano cuenta con respecto a ella ha ocurrido en realidad. No sé, puede ser que el escritor vea cosas que sólo el ve y, por tanto, son invisibles para los demás.
Me gusta la hipótesis, pero creo recordar que da una pista en una frase, no sé.
ResponderEliminarSí, la trabazón de tu relato tal y como la señalas es obvia y está bien. A veces las cosas más sencillas son las mejores, pero como andamos experimentando me preguntaba si podrías encontrar una estructura más compleja. Un ejercicio de cara a escribir novela.
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ResponderEliminarEn cuanto a "Invisible" puede que la verdad sea invisible, puede que sea puro punto de vista, puede que la vida de Rudolf Born tenga mucho de invisible, puede que los picapedreros sean invisibles para los escritores, puede que sea un título abierto... un último guiño de Auster.
ResponderEliminar:))
¿Sabes? he releído el relato publicado y me ha parecido otro. No sé si el formato libro, no sé si pasar las hojas, no sé, pero no le encuentro un pero.
ResponderEliminarGracias por ese regalo.
Bueno, me desborda tu generosa lectura. Estoy de acuerdo contigo en la bondad del libro, el olor del papel, el pasar las hojas. es muy diferente de la lectura en la pantalla, aunque son dos recursos a nuestro alcance y podemos aprovecharnos de ambos. Gracias.
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