Ayer tuve una cita con Rufina Cambaceres. Una muchacha muy joven, guapa y de buena familia. La primera y única vez que la vi estaba sentada en una café con un vestido blanco que dibujaba una alegre silueta. Mientras vaciaba tres azucarillos y los removía al ritmo de un tango que sonaba en el hilo musical, su sonrisa cautivaba a todos los presentes. Era morena, tenía ojos verdes y no pasaba desapercibida para nadie. Me acerqué a ella y le hice una pregunta tan banal que pensé que ni siquiera se giraría a contestarme. Por suerte para mí me dirigió una sonrisa.
-¿Sos español?
-Sí, valenciano….
-Mi abuelo también, él era gallego (gashego). Siempre quise ir allá y conocer.
-Ah mira, deberías…Yo siempre quise venir acá y conocer a una chica tan hermosa como tú.
-Oh, vos ya parecés argentino, sos todo un chamullero.
-No la diferencia está en que un argentino le diría eso a cualquiera, pero para mí cualquiera es la antítesis de ti misma.
Ella se sonrojó al escuchar el comentario, y yo seguí lanzándole cada uno de los trastos que llevaba conmigo. El flirtreo prosiguió durante algunos minutos, aunque su manera de gesticular y moverse me hizo pensar que no era una mujer nada fácil de llevarse a la cama. Algo raro había en ella, como si fuera de otra época. Me levanté para ir al baño y cuando volví Rufina había desaparecido. En ese momento me sentí un auténtico pagafantas, miré hacia todos lados sonrojado y agaché la cabeza pensando que todo el mundo en la cafetería se estaría riendo de mí. El camarero se acercó y me dijo:
- La señorita que estaba con vos tuvo que marchar, pero le dejó esta nota.
La nota decía lo siguiente: El sábado a las 18.30 te espero en Calle Junín 1790. Estaré en la puerta. Besos
Los días pasaron lentos hasta el sábado. Mi cabeza no podía concentrarse más que en sucios e impuros pensamientos sobre Rufina Cambaceres. Las noches se hicieron largas y obsesivas, hasta que por fin llegó el día. Me puse mis mejores galas y salí en busca de la victoria.
Cuando llegué al número que me había dicho me quedé estupefacto. Estaba en el cementerio de Recoleta. Desde luego, nunca había tenido una cita en un lugar tan original. Rufina no iba a dejar de sorprenderme. Pasaron los minutos, y pregunté la hora varias veces, no tengo reloj y no llevaba el móvil encima. Rufina no aparecía, así que como no había visto el cementerio decidí entrar y hacer unas cuantas fotos, mientras hacía un poco de tiempo. En mi vida había visto un un lugar ideado para la muerte donde la ostentación estuviera tan viva. En el cementerio de Recoleta la alta sociedad Bonaerense homenajea a sus muertos con impresionantes mausoleos y soberbios monumentos de piedra. Mientras caminaba impresionado por sus construcciones y estatuas, mi corazón casi se para al descubrir una terrible sorpresa en forma de lápida que decía lo siguiente:
Aquí yace RUFINA CAMBACERES, 1884-1903.
Me quedé mirando la lápida unos instantes y empecé a escuchar golpes extraños, como si alguien estuviera dentro y quisiera salir de la tumba. Era ella. Vi como una mano se asomaba y me indicaba con un gesto que me acercará hacia allí. Decidí salir corriendo y no mirar atrás. Rufina Cambaceres era otro amor imposible.
Al día siguiente navegando por la red encontré la historia de Rufina Cambaceres, hija del escritor Eugenio Cambaceres y su esposa Luisa.
Abrazos Manu.
Me encanta Manuel, tienes que seguir escribiendo.
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