¿Por qué me mira así? ¿Por qué a mí? Sus ojos oscuros y penetrantes, enmarcados por cejas espesas e increíbles me están atrapando en su casa, en Coyoacán y me paralizan. Nadie lo percibe pero me he ido enredando en la telaraña de sus encantos. Bien sujetos los hilos por sus animales y bien atados con sus abalorios indígenas: collares, pendientes, chales y ropajes. Sinfonía colorista que me deja hechizado. Magia imposible de conjurar. Imágenes que cobran vida. Vida que yo quiero rescatar. Me da la mano y vuelo con ella al lejano país donde la muerte no existirá jamás.
Pensé en Frida kahlo.
sábado, 12 de marzo de 2011
viernes, 11 de marzo de 2011
UN BESO BAJO EL OMBÚ
Sucedió de pronto, sin esperármelo. Nos veíamos todos los días en el trabajo. Conversábamos a menudo a la hora del café. Me caía bien ese chico nuevo, Pablo se llamaba. Tenía los ojos de caramelo y una sonrisa de uvas maduras que decía “cómeme”. Yo era una chica tímida, reservada. El tiempo libre lo pasaba en casa devorando libros o dando paseos por la ciudad cuando el tiempo era bueno. Llevaba siempre un cuaderno encima para escribir todo lo que me venía a la cabeza, era mi forma de no estar sola frente al mundo.
Aquel día fui al Jardín Botánico, me senté en un banco y comencé a escribir su nombre: Pablo, Pablo, Pablo… Lo repetí tres veces sin saber por qué y me quedé mirando el viejo ombú que me daba sombra.
-Hola, ¡qué sorpresa! –dijo una voz familiar a mi espalda. Me volví sobresaltada y allí estaba él, sonriente, con ropa informal y un libro en la mano.
-Hola -me levanté algo nerviosa y avancé mi cara para besar sus mejillas.
Él hizo lo mismo pero hubo una descoordinación en los movimientos y nuestros labios se rozaron levemente. Nos quedamos callados y sorprendidos, nos miramos a los ojos tímidamente. Después no sé qué pasó. Nos abalanzamos con fuerza y nuestros labios se acariciaron suavemente primero; con furia después, hasta quedar exhaustos.
Han pasado los días, las semanas y los años, cincuenta desde aquel primer beso. Hoy el ombú sigue regalándonos su sombra y protegiendo nuestras heladas copas de cava de la mirada de los extraños…
Manuel Solis, Un millón de besos
Y por fin nos besamos. Llevaba una semana ensayando en el espejo. Crearía unos segundos de silencio, te miraría fijamente a los ojos y te daría el aviso. La “mueca triunfadora”, la “sonrisa victoriosa”, ese “lo tengo todo bajo control”, vos me devolverías una mirada de “lo estaba esperando” , o de “me adivinaste el pensamiento” y juntos comenzaríamos ese viaje en el interior de nuestras bocas, un viaje lleno de piruetas y bañado en saliva, un viaje en el que el tiempo se pararía y no encontraríamos ningún otro sentido a nuestra existencia: habríamos nacido para ese beso.
Pero lo cierto, es que mi decepción fue muy grande. No hizo falta ser ningún Casanova para darse cuenta a los pocos segundos de que no tenías ni idea de besar. No abrías casi la boca y mordías mis labios, convirtiendo este acto tan amoroso en una dolorosa penitencia. No obstante , en seguida noté una sensación positiva. Mientras te besaba conseguí recordar en un mismo instante todos los besos que había dado y recibido en mi vida, una especie de biografía amorosa instantánea al más puro estilo Borgiano, algo así como el Aleph de los besos.
Mientras intentaba educarte intentando convertir aquella pelea en algo satisfactorio, seguía viéndolas a ellas: la bailarina brasileña con la que pude entender el significado de un cruce de lenguas, aquella compañera de instituto con la que di mis primeros besos con sabor a whisky, el apasionado encuentro en los probadores de unos grandes almacenes en Washington D.C con una estudiante japonesa, hasta aquella modelo de Barcelona que me besó pensando que yo era otra persona , y muchas otras más experiencias.
En principio no pensé volver a verte más. Pero después sentí que necesitaba besarte todos los días. Mientras lo hacía, me sentía como si estuviera con todas a la vez y eso me fascinaba.
Estuvimos tres meses saliendo, tres meses viviendo aquella experiencia única. El sexo no me importaba porque aquella sensación era muy superior, no quería dejar de besarte, estaba obsesionado. Pero un día fui a buscarte y nunca más te encontré. Te llamé mil veces por teléfono y nunca respondiste a mis llamadas.
Dicen que cuando alguien desea demasiado a otra persona, termina siendo rechazado.
Lo cierto era que yo nunca te había deseado a vos, sino a lo que representabas, y ahora cuando beso a otras mujeres y mi imaginación me hace recordarte, me pregunto justo eso: si solo fuiste producto de mi imaginación.
Relato presentado en el concurso Beso de rechenna.
Pero lo cierto, es que mi decepción fue muy grande. No hizo falta ser ningún Casanova para darse cuenta a los pocos segundos de que no tenías ni idea de besar. No abrías casi la boca y mordías mis labios, convirtiendo este acto tan amoroso en una dolorosa penitencia. No obstante , en seguida noté una sensación positiva. Mientras te besaba conseguí recordar en un mismo instante todos los besos que había dado y recibido en mi vida, una especie de biografía amorosa instantánea al más puro estilo Borgiano, algo así como el Aleph de los besos.
Mientras intentaba educarte intentando convertir aquella pelea en algo satisfactorio, seguía viéndolas a ellas: la bailarina brasileña con la que pude entender el significado de un cruce de lenguas, aquella compañera de instituto con la que di mis primeros besos con sabor a whisky, el apasionado encuentro en los probadores de unos grandes almacenes en Washington D.C con una estudiante japonesa, hasta aquella modelo de Barcelona que me besó pensando que yo era otra persona , y muchas otras más experiencias.
En principio no pensé volver a verte más. Pero después sentí que necesitaba besarte todos los días. Mientras lo hacía, me sentía como si estuviera con todas a la vez y eso me fascinaba.
Estuvimos tres meses saliendo, tres meses viviendo aquella experiencia única. El sexo no me importaba porque aquella sensación era muy superior, no quería dejar de besarte, estaba obsesionado. Pero un día fui a buscarte y nunca más te encontré. Te llamé mil veces por teléfono y nunca respondiste a mis llamadas.
Dicen que cuando alguien desea demasiado a otra persona, termina siendo rechazado.
Lo cierto era que yo nunca te había deseado a vos, sino a lo que representabas, y ahora cuando beso a otras mujeres y mi imaginación me hace recordarte, me pregunto justo eso: si solo fuiste producto de mi imaginación.
Relato presentado en el concurso Beso de rechenna.
martes, 8 de marzo de 2011
ALBERTO MARRONE
OTRO DESPERTAR
Ya era la mañana, el sol aparecía en el horizonte apenas como una luz entre anaranjada y rojiza. Una neblina desdibujaba el paisaje luego de la tormenta de la noche anterior.
Alan apoyado en el borde de la ventana observaba como el mar cubría esa playa a cada instante, con cada reflujo de sus olas. Su ment ...e viajaba, sus pensamientos lo llevaban a otro tiempo, a la luz de otro verano. Y aunque ella no estaba, volvía a sentir sus caricias, sentía sus manos, y las cosas que compartían. Y envidiaba al mar que tenía a esa playa que se entregaba mansa para entrar en él y conocer su mundo. Y se arrepintió, una y mil veces se arrepintió, de dejarla sola mirando ese mar, estática, petrificada, cuando le dijo todo termina aquí…..
OTRO DESPERTAR
Ya era la mañana, el sol aparecía en el horizonte apenas como una luz entre anaranjada y rojiza. Una neblina desdibujaba el paisaje luego de la tormenta de la noche anterior.
Alan apoyado en el borde de la ventana observaba como el mar cubría esa playa a cada instante, con cada reflujo de sus olas. Su ment ...e viajaba, sus pensamientos lo llevaban a otro tiempo, a la luz de otro verano. Y aunque ella no estaba, volvía a sentir sus caricias, sentía sus manos, y las cosas que compartían. Y envidiaba al mar que tenía a esa playa que se entregaba mansa para entrar en él y conocer su mundo. Y se arrepintió, una y mil veces se arrepintió, de dejarla sola mirando ese mar, estática, petrificada, cuando le dijo todo termina aquí…..
DESPERTAR
Lucila se despertó con el amanecer aquella mañana del mes de abril. Cuando abrió el ventanal de su apartamento y salió a la terraza que daba al mar, percibió un extraño fenómeno, al menos era algo completamente nuevo para ella: los primeros rojos del día parecían volver de un encuentro apasionado con los naranjos en flor de los huertos cercanos; un intenso olor a azahar la envolvió. Cuando el sol fue surgiendo del horizonte del agua, parecía una enorme naranja, una fruta prohibida que cegaba al que osaba poner sus ojos en ella. Se sintió alentada con esas intensas sensaciones. Sin embargo, una idea fija rondaba su cabeza desde que se había despertado, un buen rato antes de levantarse de la cama. Se fue al cuarto de baño, cogió una cuchilla de afeitar bien afilada y, sin dudarlo un instante, sesgó de dos certeros y firmes tajos sus venas eróticas. La muerte de sus fantasías sobrevino con rapidez y Lucila decidió no llevar luto por ellas. Horas más tarde entregó su cuerpo al sol y a la brisa sin reparos...
martes, 11 de enero de 2011
SUEÑO, LUEGO VIVO
Sueño, luego vivo,
tu sonrisa confiada
apoyada en mi hombro maternal.
Escucho tu parloteo incesante
hablándome de esto y de lo otro...
Sin pausa...
Por la noche
te leo un comic de Tintín
hasta que el sueño te transporta a otro lugar.
Llega el día de tu debut en el cine,
acudimos, solemnes, al estreno de ET,
tu vocecilla de niño
resuena en la sala en la primera escena:
-¡Mira, mamá, una casita en Canadá!
Risa general.
Después te comportas como un caballero,
muy atento a la pantalla
hasta que tu voz suena de nuevo:
-Mamá ¿cuándo sale Popeye?
Otra vez las risas de la gente,
se lo toman bien,
no nos echan del cine.
Una fiebre infantil
nos recluye en casa,
llevamos batas de cuadros y zapatillas,
la estufa de leña caldea la buhardilla,
jugamos a las cartas,
mientras una cacerola
recoge las gotas de lluvia
que se filtran por el tejado,
plas, plas, plas...
Otro día vamos muy serios
al Teatro Principal,
Tricicle nos entusiasma,
cuando salimos me dices:
-A mí me gustan las mujeres y la fanta.
Sueño, luego vivo,
que estamos juntos,
que seguimos hablando, hablando, hablando...
y que puedo estrecharte fuertemente
entre mis brazos.
tu sonrisa confiada
apoyada en mi hombro maternal.
Escucho tu parloteo incesante
hablándome de esto y de lo otro...
Sin pausa...
Por la noche
te leo un comic de Tintín
hasta que el sueño te transporta a otro lugar.
Llega el día de tu debut en el cine,
acudimos, solemnes, al estreno de ET,
tu vocecilla de niño
resuena en la sala en la primera escena:
-¡Mira, mamá, una casita en Canadá!
Risa general.
Después te comportas como un caballero,
muy atento a la pantalla
hasta que tu voz suena de nuevo:
-Mamá ¿cuándo sale Popeye?
Otra vez las risas de la gente,
se lo toman bien,
no nos echan del cine.
Una fiebre infantil
nos recluye en casa,
llevamos batas de cuadros y zapatillas,
la estufa de leña caldea la buhardilla,
jugamos a las cartas,
mientras una cacerola
recoge las gotas de lluvia
que se filtran por el tejado,
plas, plas, plas...
Otro día vamos muy serios
al Teatro Principal,
Tricicle nos entusiasma,
cuando salimos me dices:
-A mí me gustan las mujeres y la fanta.
Sueño, luego vivo,
que estamos juntos,
que seguimos hablando, hablando, hablando...
y que puedo estrecharte fuertemente
entre mis brazos.
LA VIEJA FOTOGRAFÍA
Rebuscando entre las viejas fotografías de su madre muerta, de pronto, la vio. Era pequeña y estaba algo rota y amarillenta. Le llamó la atención porque nunca la había visto hasta ese momento. Estaba escondida en un sobre en el último rincón de una caja de latón. Estuvo observándola largo rato, preguntándose quién sería aquel apuesto joven que aparecía, en la imagen, rodeando la cintura de su madre. Se guardó la foto en el bolsillo, cerró la caja y, ayudándose de una silla, la subió al último estante del armario.
Aquella noche María no podía conciliar el sueño. Cuando, al fin, quedó vencida por el cansancio, su cabeza se llenó de extraños personajes que le hablaban. Entre ellos, aparecía, una y otra vez, el rostro de su madre, su sonrisa, su ternura...
Cuando despertó, una idea fija burbujeaba en su cerebro: tenía que averiguar quién era aquel hombre. Era el único desconocido de la gran caja de fotografías que su madre le había mostrado tantas veces, mientras le contaba multitud de historias, al hilo de los recuerdos que su visión le evocaban.
Estuvo indagando, foto en mano, entre sus familiares. La tía Marta le dijo que nunca había visto aquella foto y cambió rápidamente de conversación. Y lo mismo sucedió con todos los parientes y amigos que quedaban vivos de aquellos tiempos. Nadie sabía nada.
Colocó la fotografía en el espejo de su tocador y la miraba frecuentemente. El rostro de aquel hombre la estaba obsesionando. Había en sus facciones algo extraño y, a la vez, algo que le resultaba vivamente familiar. Pensaba mucho en él, empezó a sentir un constante cosquilleo en su estómago y una presión en el pecho, como si le faltara el aire. Le costaba mucho dormirse y sus sueños se poblaban de seres y sucesos misteriosos e incongruentes.
Ella había crecido entre mujeres, en la casa de su abuela, con su madre y sus tres tías, todas solteras. No recordaba la presencia de ningún hombre en el hogar familiar. Su abuelo cerró los ojos fusilado contra un paredón allá por el 38, cuando ella aún no había nacido. Recordaba los ojos llorosos de su abuela cuando le mostraba sus fotos y le hablaba de lo bueno que había sido y de cuanto la quería. “Sólo tenía un defecto –solía decirle- le apasionaban los libros, se pasaba todo el tiempo que podía leyéndolos. Cuando empezó la guerra se pasaba horas hablando y discutiendo con los obreros en la casa del pueblo, eso le perdió...”
Cómo había venido ella al mundo, era un misterio por el que nunca se había preguntado. Su infancia había sido feliz, a pesar de la austeridad en la que vivían, siempre había estado rodeada de cariño y de compañía. Cuando empezó a ir al colegio, se dio cuenta de que casi todas las niñas tenían un padre, pero no le dio importancia, a ella no le faltaba nada.
Después de varios días de angustia, decidió ir a hablar con el cura del pueblo, quizá él pudiera decirle algo que la sacara de aquella zozobra. Había empezado a pensar que, a lo mejor, aquel hombre era su padre pero no podía entender el silencio de sus familiares.
Entró en la iglesia un sábado después de la misa de doce. Fue directa a la sacristía donde el padre Anselmo estaba terminando de poner orden en el lugar.
-Buenos días, padre, ¿podría hablar con usted un momento?
-Pues claro, hija, no faltaba más, cuánto de bueno por aquí, hace tiempo que no te veía.
-Verá padre, necesito hablar con alguien, hay algo que me tiene preocupada, quizá usted pueda ayudarme.
-Si está en mi mano, cuenta con ello, hija, pero ven, siéntate aquí –dijo mientras le señalaba un banco al fondo de la pequeña estancia-. Dime, ¿cuál es la causa de tus pesares?
Sacó de su bolsillo el sobre con la fotografía y se la mostró observando fijamente su rostro. El padre Anselmo palideció levemente y permaneció callado mirándola. A María le pareció ver en sus ojos una sombra de tristeza.
-Dígame, padre, ¿quién es?, ¿lo conoce? Dígame algo, por favor, creo que todo el mundo finge no saber nada.
-Verás, hija, es una historia pasada que es mejor que ignores. Serás más feliz sin ella.
-Pero no puedo hacerlo, padre, hace días que me corroe el alma, tiene que ayudarme.
El padre Anselmo se quedó dudando. Maldijo la ocurrencia de la madre que había conservado en aquel pedazo de papel el tenebroso recuerdo. Empezó a hablar despacio, en voz muy baja y entrecortada:
-Ella no lo sabía, tu madre se enamoró de él sin saberlo. Ya sabes..., estas cosas..., antes..., se llevaban a escondidas. Cuando se enteró ya era tarde... No se supo quién acabó con la vida de él. La gente murmuraba..., llegaron a interrogar a tu abuela, pero nunca se supo la verdad... Tu madre no sabía que los dedos de aquel hombre fueron los que apretaron el gatillo que había acabado, años atrás, con la vida de tu abuelo...
Aquella noche María no podía conciliar el sueño. Cuando, al fin, quedó vencida por el cansancio, su cabeza se llenó de extraños personajes que le hablaban. Entre ellos, aparecía, una y otra vez, el rostro de su madre, su sonrisa, su ternura...
Cuando despertó, una idea fija burbujeaba en su cerebro: tenía que averiguar quién era aquel hombre. Era el único desconocido de la gran caja de fotografías que su madre le había mostrado tantas veces, mientras le contaba multitud de historias, al hilo de los recuerdos que su visión le evocaban.
Estuvo indagando, foto en mano, entre sus familiares. La tía Marta le dijo que nunca había visto aquella foto y cambió rápidamente de conversación. Y lo mismo sucedió con todos los parientes y amigos que quedaban vivos de aquellos tiempos. Nadie sabía nada.
Colocó la fotografía en el espejo de su tocador y la miraba frecuentemente. El rostro de aquel hombre la estaba obsesionando. Había en sus facciones algo extraño y, a la vez, algo que le resultaba vivamente familiar. Pensaba mucho en él, empezó a sentir un constante cosquilleo en su estómago y una presión en el pecho, como si le faltara el aire. Le costaba mucho dormirse y sus sueños se poblaban de seres y sucesos misteriosos e incongruentes.
Ella había crecido entre mujeres, en la casa de su abuela, con su madre y sus tres tías, todas solteras. No recordaba la presencia de ningún hombre en el hogar familiar. Su abuelo cerró los ojos fusilado contra un paredón allá por el 38, cuando ella aún no había nacido. Recordaba los ojos llorosos de su abuela cuando le mostraba sus fotos y le hablaba de lo bueno que había sido y de cuanto la quería. “Sólo tenía un defecto –solía decirle- le apasionaban los libros, se pasaba todo el tiempo que podía leyéndolos. Cuando empezó la guerra se pasaba horas hablando y discutiendo con los obreros en la casa del pueblo, eso le perdió...”
Cómo había venido ella al mundo, era un misterio por el que nunca se había preguntado. Su infancia había sido feliz, a pesar de la austeridad en la que vivían, siempre había estado rodeada de cariño y de compañía. Cuando empezó a ir al colegio, se dio cuenta de que casi todas las niñas tenían un padre, pero no le dio importancia, a ella no le faltaba nada.
Después de varios días de angustia, decidió ir a hablar con el cura del pueblo, quizá él pudiera decirle algo que la sacara de aquella zozobra. Había empezado a pensar que, a lo mejor, aquel hombre era su padre pero no podía entender el silencio de sus familiares.
Entró en la iglesia un sábado después de la misa de doce. Fue directa a la sacristía donde el padre Anselmo estaba terminando de poner orden en el lugar.
-Buenos días, padre, ¿podría hablar con usted un momento?
-Pues claro, hija, no faltaba más, cuánto de bueno por aquí, hace tiempo que no te veía.
-Verá padre, necesito hablar con alguien, hay algo que me tiene preocupada, quizá usted pueda ayudarme.
-Si está en mi mano, cuenta con ello, hija, pero ven, siéntate aquí –dijo mientras le señalaba un banco al fondo de la pequeña estancia-. Dime, ¿cuál es la causa de tus pesares?
Sacó de su bolsillo el sobre con la fotografía y se la mostró observando fijamente su rostro. El padre Anselmo palideció levemente y permaneció callado mirándola. A María le pareció ver en sus ojos una sombra de tristeza.
-Dígame, padre, ¿quién es?, ¿lo conoce? Dígame algo, por favor, creo que todo el mundo finge no saber nada.
-Verás, hija, es una historia pasada que es mejor que ignores. Serás más feliz sin ella.
-Pero no puedo hacerlo, padre, hace días que me corroe el alma, tiene que ayudarme.
El padre Anselmo se quedó dudando. Maldijo la ocurrencia de la madre que había conservado en aquel pedazo de papel el tenebroso recuerdo. Empezó a hablar despacio, en voz muy baja y entrecortada:
-Ella no lo sabía, tu madre se enamoró de él sin saberlo. Ya sabes..., estas cosas..., antes..., se llevaban a escondidas. Cuando se enteró ya era tarde... No se supo quién acabó con la vida de él. La gente murmuraba..., llegaron a interrogar a tu abuela, pero nunca se supo la verdad... Tu madre no sabía que los dedos de aquel hombre fueron los que apretaron el gatillo que había acabado, años atrás, con la vida de tu abuelo...
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