Y por fin nos besamos. Llevaba una semana ensayando en el espejo. Crearía unos segundos de silencio, te miraría fijamente a los ojos y te daría el aviso. La “mueca triunfadora”, la “sonrisa victoriosa”, ese “lo tengo todo bajo control”, vos me devolverías una mirada de “lo estaba esperando” , o de “me adivinaste el pensamiento” y juntos comenzaríamos ese viaje en el interior de nuestras bocas, un viaje lleno de piruetas y bañado en saliva, un viaje en el que el tiempo se pararía y no encontraríamos ningún otro sentido a nuestra existencia: habríamos nacido para ese beso.
Pero lo cierto, es que mi decepción fue muy grande. No hizo falta ser ningún Casanova para darse cuenta a los pocos segundos de que no tenías ni idea de besar. No abrías casi la boca y mordías mis labios, convirtiendo este acto tan amoroso en una dolorosa penitencia. No obstante , en seguida noté una sensación positiva. Mientras te besaba conseguí recordar en un mismo instante todos los besos que había dado y recibido en mi vida, una especie de biografía amorosa instantánea al más puro estilo Borgiano, algo así como el Aleph de los besos.
Mientras intentaba educarte intentando convertir aquella pelea en algo satisfactorio, seguía viéndolas a ellas: la bailarina brasileña con la que pude entender el significado de un cruce de lenguas, aquella compañera de instituto con la que di mis primeros besos con sabor a whisky, el apasionado encuentro en los probadores de unos grandes almacenes en Washington D.C con una estudiante japonesa, hasta aquella modelo de Barcelona que me besó pensando que yo era otra persona , y muchas otras más experiencias.
En principio no pensé volver a verte más. Pero después sentí que necesitaba besarte todos los días. Mientras lo hacía, me sentía como si estuviera con todas a la vez y eso me fascinaba.
Estuvimos tres meses saliendo, tres meses viviendo aquella experiencia única. El sexo no me importaba porque aquella sensación era muy superior, no quería dejar de besarte, estaba obsesionado. Pero un día fui a buscarte y nunca más te encontré. Te llamé mil veces por teléfono y nunca respondiste a mis llamadas.
Dicen que cuando alguien desea demasiado a otra persona, termina siendo rechazado.
Lo cierto era que yo nunca te había deseado a vos, sino a lo que representabas, y ahora cuando beso a otras mujeres y mi imaginación me hace recordarte, me pregunto justo eso: si solo fuiste producto de mi imaginación.
Relato presentado en el concurso Beso de rechenna.
viernes, 11 de marzo de 2011
martes, 8 de marzo de 2011
ALBERTO MARRONE
OTRO DESPERTAR
Ya era la mañana, el sol aparecía en el horizonte apenas como una luz entre anaranjada y rojiza. Una neblina desdibujaba el paisaje luego de la tormenta de la noche anterior.
Alan apoyado en el borde de la ventana observaba como el mar cubría esa playa a cada instante, con cada reflujo de sus olas. Su ment ...e viajaba, sus pensamientos lo llevaban a otro tiempo, a la luz de otro verano. Y aunque ella no estaba, volvía a sentir sus caricias, sentía sus manos, y las cosas que compartían. Y envidiaba al mar que tenía a esa playa que se entregaba mansa para entrar en él y conocer su mundo. Y se arrepintió, una y mil veces se arrepintió, de dejarla sola mirando ese mar, estática, petrificada, cuando le dijo todo termina aquí…..
OTRO DESPERTAR
Ya era la mañana, el sol aparecía en el horizonte apenas como una luz entre anaranjada y rojiza. Una neblina desdibujaba el paisaje luego de la tormenta de la noche anterior.
Alan apoyado en el borde de la ventana observaba como el mar cubría esa playa a cada instante, con cada reflujo de sus olas. Su ment ...e viajaba, sus pensamientos lo llevaban a otro tiempo, a la luz de otro verano. Y aunque ella no estaba, volvía a sentir sus caricias, sentía sus manos, y las cosas que compartían. Y envidiaba al mar que tenía a esa playa que se entregaba mansa para entrar en él y conocer su mundo. Y se arrepintió, una y mil veces se arrepintió, de dejarla sola mirando ese mar, estática, petrificada, cuando le dijo todo termina aquí…..
DESPERTAR
Lucila se despertó con el amanecer aquella mañana del mes de abril. Cuando abrió el ventanal de su apartamento y salió a la terraza que daba al mar, percibió un extraño fenómeno, al menos era algo completamente nuevo para ella: los primeros rojos del día parecían volver de un encuentro apasionado con los naranjos en flor de los huertos cercanos; un intenso olor a azahar la envolvió. Cuando el sol fue surgiendo del horizonte del agua, parecía una enorme naranja, una fruta prohibida que cegaba al que osaba poner sus ojos en ella. Se sintió alentada con esas intensas sensaciones. Sin embargo, una idea fija rondaba su cabeza desde que se había despertado, un buen rato antes de levantarse de la cama. Se fue al cuarto de baño, cogió una cuchilla de afeitar bien afilada y, sin dudarlo un instante, sesgó de dos certeros y firmes tajos sus venas eróticas. La muerte de sus fantasías sobrevino con rapidez y Lucila decidió no llevar luto por ellas. Horas más tarde entregó su cuerpo al sol y a la brisa sin reparos...
martes, 11 de enero de 2011
SUEÑO, LUEGO VIVO
Sueño, luego vivo,
tu sonrisa confiada
apoyada en mi hombro maternal.
Escucho tu parloteo incesante
hablándome de esto y de lo otro...
Sin pausa...
Por la noche
te leo un comic de Tintín
hasta que el sueño te transporta a otro lugar.
Llega el día de tu debut en el cine,
acudimos, solemnes, al estreno de ET,
tu vocecilla de niño
resuena en la sala en la primera escena:
-¡Mira, mamá, una casita en Canadá!
Risa general.
Después te comportas como un caballero,
muy atento a la pantalla
hasta que tu voz suena de nuevo:
-Mamá ¿cuándo sale Popeye?
Otra vez las risas de la gente,
se lo toman bien,
no nos echan del cine.
Una fiebre infantil
nos recluye en casa,
llevamos batas de cuadros y zapatillas,
la estufa de leña caldea la buhardilla,
jugamos a las cartas,
mientras una cacerola
recoge las gotas de lluvia
que se filtran por el tejado,
plas, plas, plas...
Otro día vamos muy serios
al Teatro Principal,
Tricicle nos entusiasma,
cuando salimos me dices:
-A mí me gustan las mujeres y la fanta.
Sueño, luego vivo,
que estamos juntos,
que seguimos hablando, hablando, hablando...
y que puedo estrecharte fuertemente
entre mis brazos.
tu sonrisa confiada
apoyada en mi hombro maternal.
Escucho tu parloteo incesante
hablándome de esto y de lo otro...
Sin pausa...
Por la noche
te leo un comic de Tintín
hasta que el sueño te transporta a otro lugar.
Llega el día de tu debut en el cine,
acudimos, solemnes, al estreno de ET,
tu vocecilla de niño
resuena en la sala en la primera escena:
-¡Mira, mamá, una casita en Canadá!
Risa general.
Después te comportas como un caballero,
muy atento a la pantalla
hasta que tu voz suena de nuevo:
-Mamá ¿cuándo sale Popeye?
Otra vez las risas de la gente,
se lo toman bien,
no nos echan del cine.
Una fiebre infantil
nos recluye en casa,
llevamos batas de cuadros y zapatillas,
la estufa de leña caldea la buhardilla,
jugamos a las cartas,
mientras una cacerola
recoge las gotas de lluvia
que se filtran por el tejado,
plas, plas, plas...
Otro día vamos muy serios
al Teatro Principal,
Tricicle nos entusiasma,
cuando salimos me dices:
-A mí me gustan las mujeres y la fanta.
Sueño, luego vivo,
que estamos juntos,
que seguimos hablando, hablando, hablando...
y que puedo estrecharte fuertemente
entre mis brazos.
LA VIEJA FOTOGRAFÍA
Rebuscando entre las viejas fotografías de su madre muerta, de pronto, la vio. Era pequeña y estaba algo rota y amarillenta. Le llamó la atención porque nunca la había visto hasta ese momento. Estaba escondida en un sobre en el último rincón de una caja de latón. Estuvo observándola largo rato, preguntándose quién sería aquel apuesto joven que aparecía, en la imagen, rodeando la cintura de su madre. Se guardó la foto en el bolsillo, cerró la caja y, ayudándose de una silla, la subió al último estante del armario.
Aquella noche María no podía conciliar el sueño. Cuando, al fin, quedó vencida por el cansancio, su cabeza se llenó de extraños personajes que le hablaban. Entre ellos, aparecía, una y otra vez, el rostro de su madre, su sonrisa, su ternura...
Cuando despertó, una idea fija burbujeaba en su cerebro: tenía que averiguar quién era aquel hombre. Era el único desconocido de la gran caja de fotografías que su madre le había mostrado tantas veces, mientras le contaba multitud de historias, al hilo de los recuerdos que su visión le evocaban.
Estuvo indagando, foto en mano, entre sus familiares. La tía Marta le dijo que nunca había visto aquella foto y cambió rápidamente de conversación. Y lo mismo sucedió con todos los parientes y amigos que quedaban vivos de aquellos tiempos. Nadie sabía nada.
Colocó la fotografía en el espejo de su tocador y la miraba frecuentemente. El rostro de aquel hombre la estaba obsesionando. Había en sus facciones algo extraño y, a la vez, algo que le resultaba vivamente familiar. Pensaba mucho en él, empezó a sentir un constante cosquilleo en su estómago y una presión en el pecho, como si le faltara el aire. Le costaba mucho dormirse y sus sueños se poblaban de seres y sucesos misteriosos e incongruentes.
Ella había crecido entre mujeres, en la casa de su abuela, con su madre y sus tres tías, todas solteras. No recordaba la presencia de ningún hombre en el hogar familiar. Su abuelo cerró los ojos fusilado contra un paredón allá por el 38, cuando ella aún no había nacido. Recordaba los ojos llorosos de su abuela cuando le mostraba sus fotos y le hablaba de lo bueno que había sido y de cuanto la quería. “Sólo tenía un defecto –solía decirle- le apasionaban los libros, se pasaba todo el tiempo que podía leyéndolos. Cuando empezó la guerra se pasaba horas hablando y discutiendo con los obreros en la casa del pueblo, eso le perdió...”
Cómo había venido ella al mundo, era un misterio por el que nunca se había preguntado. Su infancia había sido feliz, a pesar de la austeridad en la que vivían, siempre había estado rodeada de cariño y de compañía. Cuando empezó a ir al colegio, se dio cuenta de que casi todas las niñas tenían un padre, pero no le dio importancia, a ella no le faltaba nada.
Después de varios días de angustia, decidió ir a hablar con el cura del pueblo, quizá él pudiera decirle algo que la sacara de aquella zozobra. Había empezado a pensar que, a lo mejor, aquel hombre era su padre pero no podía entender el silencio de sus familiares.
Entró en la iglesia un sábado después de la misa de doce. Fue directa a la sacristía donde el padre Anselmo estaba terminando de poner orden en el lugar.
-Buenos días, padre, ¿podría hablar con usted un momento?
-Pues claro, hija, no faltaba más, cuánto de bueno por aquí, hace tiempo que no te veía.
-Verá padre, necesito hablar con alguien, hay algo que me tiene preocupada, quizá usted pueda ayudarme.
-Si está en mi mano, cuenta con ello, hija, pero ven, siéntate aquí –dijo mientras le señalaba un banco al fondo de la pequeña estancia-. Dime, ¿cuál es la causa de tus pesares?
Sacó de su bolsillo el sobre con la fotografía y se la mostró observando fijamente su rostro. El padre Anselmo palideció levemente y permaneció callado mirándola. A María le pareció ver en sus ojos una sombra de tristeza.
-Dígame, padre, ¿quién es?, ¿lo conoce? Dígame algo, por favor, creo que todo el mundo finge no saber nada.
-Verás, hija, es una historia pasada que es mejor que ignores. Serás más feliz sin ella.
-Pero no puedo hacerlo, padre, hace días que me corroe el alma, tiene que ayudarme.
El padre Anselmo se quedó dudando. Maldijo la ocurrencia de la madre que había conservado en aquel pedazo de papel el tenebroso recuerdo. Empezó a hablar despacio, en voz muy baja y entrecortada:
-Ella no lo sabía, tu madre se enamoró de él sin saberlo. Ya sabes..., estas cosas..., antes..., se llevaban a escondidas. Cuando se enteró ya era tarde... No se supo quién acabó con la vida de él. La gente murmuraba..., llegaron a interrogar a tu abuela, pero nunca se supo la verdad... Tu madre no sabía que los dedos de aquel hombre fueron los que apretaron el gatillo que había acabado, años atrás, con la vida de tu abuelo...
Aquella noche María no podía conciliar el sueño. Cuando, al fin, quedó vencida por el cansancio, su cabeza se llenó de extraños personajes que le hablaban. Entre ellos, aparecía, una y otra vez, el rostro de su madre, su sonrisa, su ternura...
Cuando despertó, una idea fija burbujeaba en su cerebro: tenía que averiguar quién era aquel hombre. Era el único desconocido de la gran caja de fotografías que su madre le había mostrado tantas veces, mientras le contaba multitud de historias, al hilo de los recuerdos que su visión le evocaban.
Estuvo indagando, foto en mano, entre sus familiares. La tía Marta le dijo que nunca había visto aquella foto y cambió rápidamente de conversación. Y lo mismo sucedió con todos los parientes y amigos que quedaban vivos de aquellos tiempos. Nadie sabía nada.
Colocó la fotografía en el espejo de su tocador y la miraba frecuentemente. El rostro de aquel hombre la estaba obsesionando. Había en sus facciones algo extraño y, a la vez, algo que le resultaba vivamente familiar. Pensaba mucho en él, empezó a sentir un constante cosquilleo en su estómago y una presión en el pecho, como si le faltara el aire. Le costaba mucho dormirse y sus sueños se poblaban de seres y sucesos misteriosos e incongruentes.
Ella había crecido entre mujeres, en la casa de su abuela, con su madre y sus tres tías, todas solteras. No recordaba la presencia de ningún hombre en el hogar familiar. Su abuelo cerró los ojos fusilado contra un paredón allá por el 38, cuando ella aún no había nacido. Recordaba los ojos llorosos de su abuela cuando le mostraba sus fotos y le hablaba de lo bueno que había sido y de cuanto la quería. “Sólo tenía un defecto –solía decirle- le apasionaban los libros, se pasaba todo el tiempo que podía leyéndolos. Cuando empezó la guerra se pasaba horas hablando y discutiendo con los obreros en la casa del pueblo, eso le perdió...”
Cómo había venido ella al mundo, era un misterio por el que nunca se había preguntado. Su infancia había sido feliz, a pesar de la austeridad en la que vivían, siempre había estado rodeada de cariño y de compañía. Cuando empezó a ir al colegio, se dio cuenta de que casi todas las niñas tenían un padre, pero no le dio importancia, a ella no le faltaba nada.
Después de varios días de angustia, decidió ir a hablar con el cura del pueblo, quizá él pudiera decirle algo que la sacara de aquella zozobra. Había empezado a pensar que, a lo mejor, aquel hombre era su padre pero no podía entender el silencio de sus familiares.
Entró en la iglesia un sábado después de la misa de doce. Fue directa a la sacristía donde el padre Anselmo estaba terminando de poner orden en el lugar.
-Buenos días, padre, ¿podría hablar con usted un momento?
-Pues claro, hija, no faltaba más, cuánto de bueno por aquí, hace tiempo que no te veía.
-Verá padre, necesito hablar con alguien, hay algo que me tiene preocupada, quizá usted pueda ayudarme.
-Si está en mi mano, cuenta con ello, hija, pero ven, siéntate aquí –dijo mientras le señalaba un banco al fondo de la pequeña estancia-. Dime, ¿cuál es la causa de tus pesares?
Sacó de su bolsillo el sobre con la fotografía y se la mostró observando fijamente su rostro. El padre Anselmo palideció levemente y permaneció callado mirándola. A María le pareció ver en sus ojos una sombra de tristeza.
-Dígame, padre, ¿quién es?, ¿lo conoce? Dígame algo, por favor, creo que todo el mundo finge no saber nada.
-Verás, hija, es una historia pasada que es mejor que ignores. Serás más feliz sin ella.
-Pero no puedo hacerlo, padre, hace días que me corroe el alma, tiene que ayudarme.
El padre Anselmo se quedó dudando. Maldijo la ocurrencia de la madre que había conservado en aquel pedazo de papel el tenebroso recuerdo. Empezó a hablar despacio, en voz muy baja y entrecortada:
-Ella no lo sabía, tu madre se enamoró de él sin saberlo. Ya sabes..., estas cosas..., antes..., se llevaban a escondidas. Cuando se enteró ya era tarde... No se supo quién acabó con la vida de él. La gente murmuraba..., llegaron a interrogar a tu abuela, pero nunca se supo la verdad... Tu madre no sabía que los dedos de aquel hombre fueron los que apretaron el gatillo que había acabado, años atrás, con la vida de tu abuelo...
miércoles, 1 de diciembre de 2010
UN AMOR IMPOSIBLE
Ayer tuve una cita con Rufina Cambaceres. Una muchacha muy joven, guapa y de buena familia. La primera y única vez que la vi estaba sentada en una café con un vestido blanco que dibujaba una alegre silueta. Mientras vaciaba tres azucarillos y los removía al ritmo de un tango que sonaba en el hilo musical, su sonrisa cautivaba a todos los presentes. Era morena, tenía ojos verdes y no pasaba desapercibida para nadie. Me acerqué a ella y le hice una pregunta tan banal que pensé que ni siquiera se giraría a contestarme. Por suerte para mí me dirigió una sonrisa.
-¿Sos español?
-Sí, valenciano….
-Mi abuelo también, él era gallego (gashego). Siempre quise ir allá y conocer.
-Ah mira, deberías…Yo siempre quise venir acá y conocer a una chica tan hermosa como tú.
-Oh, vos ya parecés argentino, sos todo un chamullero.
-No la diferencia está en que un argentino le diría eso a cualquiera, pero para mí cualquiera es la antítesis de ti misma.
Ella se sonrojó al escuchar el comentario, y yo seguí lanzándole cada uno de los trastos que llevaba conmigo. El flirtreo prosiguió durante algunos minutos, aunque su manera de gesticular y moverse me hizo pensar que no era una mujer nada fácil de llevarse a la cama. Algo raro había en ella, como si fuera de otra época. Me levanté para ir al baño y cuando volví Rufina había desaparecido. En ese momento me sentí un auténtico pagafantas, miré hacia todos lados sonrojado y agaché la cabeza pensando que todo el mundo en la cafetería se estaría riendo de mí. El camarero se acercó y me dijo:
- La señorita que estaba con vos tuvo que marchar, pero le dejó esta nota.
La nota decía lo siguiente: El sábado a las 18.30 te espero en Calle Junín 1790. Estaré en la puerta. Besos
Los días pasaron lentos hasta el sábado. Mi cabeza no podía concentrarse más que en sucios e impuros pensamientos sobre Rufina Cambaceres. Las noches se hicieron largas y obsesivas, hasta que por fin llegó el día. Me puse mis mejores galas y salí en busca de la victoria.
Cuando llegué al número que me había dicho me quedé estupefacto. Estaba en el cementerio de Recoleta. Desde luego, nunca había tenido una cita en un lugar tan original. Rufina no iba a dejar de sorprenderme. Pasaron los minutos, y pregunté la hora varias veces, no tengo reloj y no llevaba el móvil encima. Rufina no aparecía, así que como no había visto el cementerio decidí entrar y hacer unas cuantas fotos, mientras hacía un poco de tiempo. En mi vida había visto un un lugar ideado para la muerte donde la ostentación estuviera tan viva. En el cementerio de Recoleta la alta sociedad Bonaerense homenajea a sus muertos con impresionantes mausoleos y soberbios monumentos de piedra. Mientras caminaba impresionado por sus construcciones y estatuas, mi corazón casi se para al descubrir una terrible sorpresa en forma de lápida que decía lo siguiente:
Aquí yace RUFINA CAMBACERES, 1884-1903.
Me quedé mirando la lápida unos instantes y empecé a escuchar golpes extraños, como si alguien estuviera dentro y quisiera salir de la tumba. Era ella. Vi como una mano se asomaba y me indicaba con un gesto que me acercará hacia allí. Decidí salir corriendo y no mirar atrás. Rufina Cambaceres era otro amor imposible.
Al día siguiente navegando por la red encontré la historia de Rufina Cambaceres, hija del escritor Eugenio Cambaceres y su esposa Luisa.
Abrazos Manu.
-¿Sos español?
-Sí, valenciano….
-Mi abuelo también, él era gallego (gashego). Siempre quise ir allá y conocer.
-Ah mira, deberías…Yo siempre quise venir acá y conocer a una chica tan hermosa como tú.
-Oh, vos ya parecés argentino, sos todo un chamullero.
-No la diferencia está en que un argentino le diría eso a cualquiera, pero para mí cualquiera es la antítesis de ti misma.
Ella se sonrojó al escuchar el comentario, y yo seguí lanzándole cada uno de los trastos que llevaba conmigo. El flirtreo prosiguió durante algunos minutos, aunque su manera de gesticular y moverse me hizo pensar que no era una mujer nada fácil de llevarse a la cama. Algo raro había en ella, como si fuera de otra época. Me levanté para ir al baño y cuando volví Rufina había desaparecido. En ese momento me sentí un auténtico pagafantas, miré hacia todos lados sonrojado y agaché la cabeza pensando que todo el mundo en la cafetería se estaría riendo de mí. El camarero se acercó y me dijo:
- La señorita que estaba con vos tuvo que marchar, pero le dejó esta nota.
La nota decía lo siguiente: El sábado a las 18.30 te espero en Calle Junín 1790. Estaré en la puerta. Besos
Los días pasaron lentos hasta el sábado. Mi cabeza no podía concentrarse más que en sucios e impuros pensamientos sobre Rufina Cambaceres. Las noches se hicieron largas y obsesivas, hasta que por fin llegó el día. Me puse mis mejores galas y salí en busca de la victoria.
Cuando llegué al número que me había dicho me quedé estupefacto. Estaba en el cementerio de Recoleta. Desde luego, nunca había tenido una cita en un lugar tan original. Rufina no iba a dejar de sorprenderme. Pasaron los minutos, y pregunté la hora varias veces, no tengo reloj y no llevaba el móvil encima. Rufina no aparecía, así que como no había visto el cementerio decidí entrar y hacer unas cuantas fotos, mientras hacía un poco de tiempo. En mi vida había visto un un lugar ideado para la muerte donde la ostentación estuviera tan viva. En el cementerio de Recoleta la alta sociedad Bonaerense homenajea a sus muertos con impresionantes mausoleos y soberbios monumentos de piedra. Mientras caminaba impresionado por sus construcciones y estatuas, mi corazón casi se para al descubrir una terrible sorpresa en forma de lápida que decía lo siguiente:
Aquí yace RUFINA CAMBACERES, 1884-1903.
Me quedé mirando la lápida unos instantes y empecé a escuchar golpes extraños, como si alguien estuviera dentro y quisiera salir de la tumba. Era ella. Vi como una mano se asomaba y me indicaba con un gesto que me acercará hacia allí. Decidí salir corriendo y no mirar atrás. Rufina Cambaceres era otro amor imposible.
Al día siguiente navegando por la red encontré la historia de Rufina Cambaceres, hija del escritor Eugenio Cambaceres y su esposa Luisa.
Abrazos Manu.
martes, 5 de octubre de 2010
AUTORRETRATO
Dice mi espejo (aunque va a días) que soy una hermosa mujer de 58 años. Se comenta que a estas edades nos volvemos transparentes, pero no es verdad, yo tengo mucha presencia: 1,70 de altura y 70 kilos y todavía hago volver la cabeza a muchos sesentones a mi garboso paso. Mi cabello es oscuro (uso un tinte buenísimo que ya os recomendaré si llega el caso) aunque mi vocación es una melena blanca y cuidada adornando un rostro sin huella alguna de cirugía, pero relajado y afable. La realidad, sin embargo, es a veces una cara desencajada y frenética por el estrés laboral. Así es como yo me veo.
En mi carácter predomina el optimismo, creo, soy una persona alegre, aunque tengo caídas puntuales de las que procuro salir lo más rápido que puedo. En este sentido me quedo con la conclusión que saqué de la última película de Woddy Allen: “Mejor la ilusión que la medicación”.
En cuanto a mis gustos voy a sorprenderos: mi afición favorita es la lectura. Leo todo tipo de escritos, poesía, relatos, filosofía, ensayos, periódicos, revistas, blogs, pero los que más me gustan son las novelas y los que menos las instrucciones de los aparatos electrónicos.
A menudo me convierto en “El licenciado vidriera”, este personaje cervantino cogió tal complejo que dio en pensar que todo él era de cristal de manera que cualquier golpe podría hacerlo añicos. Así ando yo por la vida, distraída por naturaleza y con muchas caídas en mi curriculum, he llegado a sentir, obsesionada por los diagnósticos, que mis frágiles huesos pueden romperse en cualquier momento. Así que vivo entre algodones, cuido mi cuerpo, hago pilates terapéutico, intento perder los cinco kilos que me sobran, y me abrazo al cálido cuerpo de mi amado que me hace sentir muy segura.
Vivo junto a mis sueños y procuro rodearme de ilusiones que convierten mis horas en aves ligeras. Me siento feliz a mi manera. El dolor también vive conmigo, el del cuerpo y el del espíritu pero está controlado y no le dejo, casi nunca, que se entrometa en mi actual vida por la que tanto he luchado.
Tengo un tesoro: mi hijo, que ya es independiente (casi) y anda haciendo las Américas, en busca del oro de vivir una intensa vida llena de experiencias.
Es todo por el momento, seguiremos conociéndonos a través de nuestros escritos que hablan de nosotros a veces incluso más de lo que quisiéramos.
En mi carácter predomina el optimismo, creo, soy una persona alegre, aunque tengo caídas puntuales de las que procuro salir lo más rápido que puedo. En este sentido me quedo con la conclusión que saqué de la última película de Woddy Allen: “Mejor la ilusión que la medicación”.
En cuanto a mis gustos voy a sorprenderos: mi afición favorita es la lectura. Leo todo tipo de escritos, poesía, relatos, filosofía, ensayos, periódicos, revistas, blogs, pero los que más me gustan son las novelas y los que menos las instrucciones de los aparatos electrónicos.
A menudo me convierto en “El licenciado vidriera”, este personaje cervantino cogió tal complejo que dio en pensar que todo él era de cristal de manera que cualquier golpe podría hacerlo añicos. Así ando yo por la vida, distraída por naturaleza y con muchas caídas en mi curriculum, he llegado a sentir, obsesionada por los diagnósticos, que mis frágiles huesos pueden romperse en cualquier momento. Así que vivo entre algodones, cuido mi cuerpo, hago pilates terapéutico, intento perder los cinco kilos que me sobran, y me abrazo al cálido cuerpo de mi amado que me hace sentir muy segura.
Vivo junto a mis sueños y procuro rodearme de ilusiones que convierten mis horas en aves ligeras. Me siento feliz a mi manera. El dolor también vive conmigo, el del cuerpo y el del espíritu pero está controlado y no le dejo, casi nunca, que se entrometa en mi actual vida por la que tanto he luchado.
Tengo un tesoro: mi hijo, que ya es independiente (casi) y anda haciendo las Américas, en busca del oro de vivir una intensa vida llena de experiencias.
Es todo por el momento, seguiremos conociéndonos a través de nuestros escritos que hablan de nosotros a veces incluso más de lo que quisiéramos.
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