Alicia en el bosque
Por Ouka Leele
Alucinada, la niña llega a la ventana del mundo real, y allí encuentra que la reina se mueve por los latidos del corazón y que el sombrerero corre al ritmo de un reloj intempestivo gracias al cual siempre llega tarde o, tal vez, demasiado pronto.
Tomar el té es toda una ceremonia encantadora y comer galletas puede ser algo muy relativo. Pensando esto me fui quedando dormida... Caí en un estrecho túnel y al final salí a un bosque infinito en cuyos claros habitaba un conejo blanco, las camas eran de helechos fresquitos, los toros me hacían correr montaña abajo abandonando mi jerseicito rojo y un ciervo azul cristal me señalaba la ruta al cielo.
Al despertar estaba ahí Alicia, era diminuta y muy mona; parecía un tanto cansada de tanto ajetreo, el sombrerero la había dejado agotada y mira que era simpático. Trepó por mis piernas diciendo: ¡Dios mío, qué alta eres! y enseguida subió por mi brazo hasta sentarse en mi mano. Sus mofletitos eran muy, muy sonrosados, respiraba muy rápido y quería contarme que la sonrisa de un gato le había dado sabios consejos y que tenía que ir con ella a conocer a unos gemelos de extraños nombres, que parecían dos huevos. Y que venga, venga, que fuera corriendo con ella a verlos. Pero de pronto, se deshizo en un mar de lágrimas a las que no podía parar y se estaba empezando a formar un charco bajo nosotras bastante incómodo, se me mojaban los zapatos. Decía que estaba harta de correr, que por su tamaño, todo le quedaba muy lejos. Entonces sacó una galleta de su bolsillo y dio un mordisco ofreciéndome a mí la del otro bolsillo, ella creció y creció y yo me volví diminuta, tanto, que me llevó entre sus dedos hasta allí, hasta donde me había prometido.
Ouka Leele
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